Cuando estaba en la universidad era tan poco común verme fumando un cigarrillo que cuando alguno de mis amigos me notaba con un
pucho en la mano me decía de inmediato: "¿Qué es lo que te pasa?" Y sí, tenía razón: algo me pasaba... algo me tenía ansioso.
Yo
aprendí a fumar a los 14 años de puro curioso. Sentía que era algo tan
malo que el solo hecho de entrar a comprar algunos con el barajo de "son
para mi papá" me crispaba los nervios. Desde luego que el bodeguero me
creía porque me conocía desde siempre, pero mientras me entregaba los
Hamilton
que le pedía sentía que podría llegar a ver la mentira en mi cara... Me
metía luego a mi cuarto, apagaba la luz, encendía una vela y ponía
música...
Páez,
Charly, Sanz (mucho Sanz por entonces) y un día, cantando, me di cuenta que por primera vez había conseguido
golpear, y me alegré... y al poco tiempo, ya con 15, con mis
amigos del colegio, igual de monos y mucho más entrados en el arte de las copas, conseguí
plantearme el acto como la cosa más natural del mundo... me parecía
fantástico, me relajaba y hasta me hacía sentir confiado, seguro de las
cosas que hacía o decía. Entonces dejé los
Hamilton y empecé a fumar
Marlboro porque tenían más c
aché. Entonces, descubrí que mi hoy cuentista favorito de todos los tiempos tenía un texto llamado
Solo para fumadores, a través del cual trata de dar una "teoría filosófica y absurda" sobre el por qué de dicho hábito:
"Me
dije que, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales de la
naturaleza eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. Todos ellos
están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra
especie. Con el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo
respiramos, lo expelemos, lo acondicionamos. Con el agua también, pues
la bebemos, nos lavamos con ella, la gozamos en ejercicios natatorios o
submarinos. Con la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la
cultivamos, la modelamos con nuestras manos. Pero con el fuego no
podemos tener relación directa. El fuego es el único de los cuatro
elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto
nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un
mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite
comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un
extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que
este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es
nuestra boca la que expele el humo. Gracias a este invento completamos
nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos
originales de la vida..." (Ribeyro, 1994)
Poco tiempo
después, mis nervios por todo, que ya me habían pasado factura durante
mi adolescencia, me llevaron a desarrollar una gastritis terrible, así
que, tras la endoscopia de rigor y las advertencias del médico de no
consumir nada que pudiera irritar aún más al peor de mis enemigos en el
interior de mi cuerpo, decidí dejar el cigarro (y el alcohol, de paso).
Fue sencillo, simplemente me dije nunca más y fin... Ya en la
universidad, como lo expliqué al inicio del post, solo me limitaba a
fumar cuando mi corazón andaba herido o sentía que tenía demasiadas
cosas encima, así que para todos los que me rodeaban -y no conocían los
antecedentes- ver salir humo de mi boca era rarísimo.
En El Comercio, la cercanía con gente que fumaba (entre ellos mi
estimadísimo amigo Ángel Hugo)
me hizo fumar un poco más que de costumbre, digamos, del cigarro
trimestral al bimensual (y eso, ah), algo que he venido haciendo hasta
hace poco, generalmente solo cuando veo una buena película en el cine y
quiero salir de la sala
lateando, bajo el frío, conversando de lo
buena o mala que estuvo la cinta... fuera de eso, apenas cuando me
provocaba (de repente, cuando veía a alguien con algún
pucho),
que era casi nunca. Incluso mientras tomo,
que ahora es bastante
(bueno, tampoco tanto), prefiero no fumar, porque descubrí que mi
gastritis me aguanta el alcohol, pero no el alcohol mezclado con
nicotina.
¿Por qué decidí escribir sobre esto? Pues 1) para variar
por catarsis, y 2) porque en los últimos dos días he fumado más que en
los pasados tres meses. Hace dos horas prendí un cigarrillo y,
paradójicamente, me está provocando encender otro y caminar, caminar
como loco. Tengo que admitir que me encuentro impaciente y algo
perturbado
por motivos antes contados
y otros más caletas... y bueno 3) no necesariamente porque tenga ánimos
de jugar con fuego, sino porque, a veces, es mejor dejarse llevar por
ciertos impulsos y, francamente, me dieron ganas, ¿suficiente excusa?
¿no?
PD: No fumen, hace daño.
El cigarrillo - Eva Ayllón