miércoles, 21 de septiembre de 2011

Lo cotidiano

Me resulta paradójico pensar que hace un año me moría de ganas por sentir algún tipo de reacción en mi corazón respecto a otra persona, esperando que sus latidos anunciaran el final de mi -supuesto- periodo de duelo. No sentía nada. Era frío. Me la pasaba yendo y viniendo sin hacer planes o saliendo con la mayor cantidad de personas posibles. Es paradójico, repito, porque curiosamente hace un año una chica me dijo que me quería y, creyendo que valía la pena, lamenté hondo no poder estar con ella en ese momento.
Durante algunos meses salimos como amigos, aunque en el fondo me moría de ganas por corresponderle. Era dulce, como caramelo de fresa, y detallista, porque cuando una persona está interesada en otra ve lo importante de prestarle atención a cada uno de sus gestos. Al tiempo, luego de reencontrarme con algo de la calidez extraviada, me vi queriéndole comprar un regalo por Navidad o pensando que sería genial salir con ella a ver tal película o contarle lo bien que la pasé el fin de semana con mi familia... y esas ideas, en general, se mezclaron y formaron una nueva: me gusta. Entonces, mi corazón volvió a latir fuerte y sin dudas.
Estuvimos. Ella me decía que me quería y que era un tipo como ninguno que había conocido antes. Yo le agradecí por haberme tomado en cuenta, por recibir todo aquél cariño que había mantenido guardado. Y un día... sí, un día antes de cumplir un mes me dijo: "Tenemos que hablar". Honestamente no lo tomé a mal, al contrario. Ella tenía problemas en su casa y en su trabajo, yo era su enamorado, así que parte de mi deber era escucharla... 24 horas antes me había pedido no dejarla y abrazarla. Justo, justo... habíamos tenido varios momentos de cotidianidad que seguro son una cojudez, pero que para mí significaron confianza, como el hecho de entrar a su cocina y ayudarle a servirse su comida o el saber exactamente qué tipo de rutinas tenía, entender sus muecas, oírla repetir mis frases, conocer dónde le gustaba ser besada... por eso mismo, aquella noche previa al "tenemos que hablar", tras dejar su hogar creí estar volando en el cielo convencido de que la quería y me había sacado la lotería con ella, que valía la pena.
"Tengo mucho trabajo y nada de tiempo para tener alguna relación", me explicó. Y yo, loquísimo, instalé mis muros de protección y le increpé: "¿Por qué los detalles? ¿por qué perseguir algo y luego desecharlo como si no te importara nada?". Su nula capacidad para explicarse me tuvo comiéndome las uñas por dos semanas y, al volverla a buscar para asesinar mis interrogantes, me pidió disculpas (¡al fin!) y se excusó con algo más complejo: "Tengo demasiados problemas en este momento". Bueno. Quedamos como amigos y yo feliz... sin embargo (sí, ¡hay un sin embargo!), a los días me escribió un correo cuestionando mi forma de ser y asegurando que al final me había querido siempre como un pata. No sabía lo que quería, eso fue lo único claro.    
Un año entero nos costó tenernos confianza y todo se destruyó rápidamente. Si hubiera sido sincera con ella misma y conmigo, seguramente hasta este momento tendríamos, al menos, una relación amical. Eso fue lo que más me dolió perder, pues el orgullo ya lo tenía hecho añicos y creo que bien puede romperse ante alguien que merezca el intento. Pienso que no he vuelto a pasar por una situación parecida porque mis defensas se han vuelto más rigurosas. En el camino me llegó a gustar una chica y, ya sé, ya sé, ya lo expliqué antes, ahora mismo me gusta otra de la que no tengo ni idea si le importo algo (yo apuesto a que nada). Con todo esto, me he dado cuenta que estoy aburrido de empezar relaciones que se cortan, que es fastidioso hablar sobre uno y luego conocer y conocer a la otra persona, y luego, porque no funciona, verla partir como si no hubiera existido. Jode, pero así es la vida. A mi me engancha vivir situaciones cotidianas con alguien, compartir momentos simples, pero llegar a pasar eso con alguien toma tiempo... tiempo... tiempo... Así que me resulta paradójico pensar que hace un año me moría de ganas por sentir algún tipo de reacción en mi corazón respecto a otra persona y ahora que las tengo quiera volver a la congeladora, gozonear como antaño, pero bueno, al fin y al cabo, todo paso lleva a algún lugar y toda decisión implica un riesgo, como jugar con fuego o enamorarse de alguien que está cerca o lejos... aunque uno no desee que algo así ocurra, simplemente sucede.

Tu eres como el fuego - Morodo

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