lunes, 19 de septiembre de 2011

Cigarrillos, cigarrillos

Cuando estaba en la universidad era tan poco común verme fumando un cigarrillo que cuando alguno de mis amigos me notaba con un pucho en la mano me decía de inmediato: "¿Qué es lo que te pasa?" Y sí, tenía razón: algo me pasaba... algo me tenía ansioso.
Yo aprendí a fumar a los 14 años de puro curioso. Sentía que era algo tan malo que el solo hecho de entrar a comprar algunos con el barajo de "son para mi papá" me crispaba los nervios. Desde luego que el bodeguero me creía porque me conocía desde siempre, pero mientras me entregaba los Hamilton que le pedía sentía que podría llegar a ver la mentira en mi cara... Me metía luego a mi cuarto, apagaba la luz, encendía una vela y ponía música... Páez, Charly, Sanz (mucho Sanz por entonces) y un día, cantando, me di cuenta que por primera vez había conseguido golpear, y me alegré... y al poco tiempo, ya con 15, con mis amigos del colegio, igual de monos y mucho más entrados en el arte de las copas, conseguí plantearme el acto como la cosa más natural del mundo... me parecía fantástico, me relajaba y hasta me hacía sentir confiado, seguro de las cosas que hacía o decía. Entonces dejé los Hamilton y empecé a fumar Marlboro porque tenían más caché. Entonces, descubrí que mi hoy cuentista favorito de todos los tiempos tenía un texto llamado Solo para fumadores, a través del cual trata de dar una "teoría filosófica y absurda" sobre el por qué de dicho hábito:
  
"Me dije que, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales de la naturaleza eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. Todos ellos están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra especie. Con el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo respiramos, lo expelemos, lo acondicionamos. Con el agua también, pues la bebemos, nos lavamos con ella, la gozamos en ejercicios natatorios o submarinos. Con la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la cultivamos, la modelamos con nuestras manos. Pero con el fuego no podemos tener relación directa. El fuego es el único de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que expele el humo. Gracias a este invento completamos nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos originales de la vida..." (Ribeyro, 1994)

Poco tiempo después, mis nervios por todo, que ya me habían pasado factura durante mi adolescencia, me llevaron a desarrollar una gastritis terrible, así que, tras la endoscopia de rigor y las advertencias del médico de no consumir nada que pudiera irritar aún más al peor de mis enemigos en el interior de mi cuerpo, decidí dejar el cigarro (y el alcohol, de paso). Fue sencillo, simplemente me dije nunca más y fin... Ya en la universidad, como lo expliqué al inicio del post, solo me limitaba a fumar cuando mi corazón andaba herido o sentía que tenía demasiadas cosas encima, así que para todos los que me rodeaban -y no conocían los antecedentes- ver salir humo de mi boca era rarísimo.

En El Comercio, la cercanía con gente que fumaba (entre ellos mi estimadísimo amigo Ángel Hugo) me hizo fumar un poco más que de costumbre, digamos, del cigarro trimestral al bimensual (y eso, ah), algo que he venido haciendo hasta hace poco, generalmente solo cuando veo una buena película en el cine y quiero salir de la sala lateando, bajo el frío, conversando de lo buena o mala que estuvo la cinta... fuera de eso, apenas cuando me provocaba (de repente, cuando veía a alguien con algún pucho), que era casi nunca. Incluso mientras tomo, que ahora es bastante (bueno, tampoco tanto), prefiero no fumar, porque descubrí que mi gastritis me aguanta el alcohol, pero no el alcohol mezclado con nicotina.
¿Por qué decidí escribir sobre esto? Pues 1) para variar por catarsis, y 2) porque en los últimos dos días he fumado más que en los pasados tres meses. Hace dos horas prendí un cigarrillo y, paradójicamente, me está provocando encender otro y caminar, caminar como loco. Tengo que admitir que me encuentro impaciente y algo perturbado por motivos antes contados y otros más caletas... y bueno 3) no necesariamente porque tenga ánimos de jugar con fuego, sino porque, a veces, es mejor dejarse llevar por ciertos impulsos y, francamente, me dieron ganas, ¿suficiente excusa? ¿no?

PD: No fumen, hace daño.

El cigarrillo - Eva Ayllón

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