martes, 7 de junio de 2011

Ay, ¡política!

Realmente nunca me ha gustado la política.
Cuando en el trabajo me pedían escribir artículos sobre política casi siempre hacía una mueca y me decía a mí mismo “bueno, chamba es chamba”, y, una vez frente a la computadora, dejaba que el análisis en mis textos lo hicieran las personas a las que entrevistaba, respiraba y agradecía que mi condición de periodista me cerrara en esas circunstancias la oportunidad de brindar algún punto de vista.
Realmente nunca me ha gustado la política, incluso, me gusta menos que la economía.
Nunca me veía hablando de ella, tratando de convencer a alguien que vote de tal o cual forma, es más, hasta antes de las últimas elecciones presidenciales, debo confesar, cada vez que había tenido alguna cédula de sufragio la miraba de reojo y terminaba llenándola de pikachús y garabatos. Nunca me convenció algún candidato y, por ende, siempre preferí no mancharme las manos o entrarle a eso del mal menor.
Realmente nunca me ha gustado la política… pero lamentablemente, hay momentos en los que uno simplemente no puede —no DEBE— ser indiferente a lo que ocurre alrededor, al margen de los problemas personales que se puedan tener (Mafalda dixit: "Lo urgente no deja tiempo para lo importante").
Yo voté por Humala en segunda vuelta, después de haberlo hecho en primera por Toledo. Honestamente no me pareció que el cholo hubiera hecho un mal gobierno cuando tuvo la oportunidad de llegar al poder. Era una sensación que tenía, reforzada con algunas estadísticas y por la oscura imagen de eventualmente ver en Palacio a Keiko, Castañeda, PPK, o al mismísimo Humala.
Fin de la primera vuelta… la renegada de rigor, y luego el siguiente mapa:


Lima no es el Perú. Hay que pensar un poco… ¿Quiénes hicieron posible que Keiko y Humala llegaran a segunda vuelta? Me lo respondió Rafael Roncagliolo, ex secretario técnico del Acuerdo Nacional (suplemento DEMO n°6):

Se debe tener en cuenta no a los estratos A y B de la capital, sino también al interior del país. En las últimas votaciones hubieron dos elecciones: Lima, y sus estratos A y B, han votado por candidatos que perdieron, en tanto, el resto del país votó por dos candidatos que ganaron, pero que para los otros no los representan y les hacen pensar que el pueblo es bruto y que no existe la democracia. Creo que las perspectivas son importantes: si uno tiene un buen departamento y su expectativa de mejora económica es afectada se puede decir “bueno, tal vez la situación mejore”, pero si se es pobre la cuestión es otra. La paciencia y la pobreza son incompatibles y, por eso, no te pueden decir “espérate que te va a chorrear”. La paciencia es una cualidad que tiene que ver con un cierto nivel de bienestar.

Y entonces lo resolví, sin dudas: mi voto tendría que ser antikeiko, por una cuestión moral, porque tengo memoria, porque me da asco lo que Fujimori representa, porque me daba —me da— vergüenza ajena la forma en que los medios de comunicación se regalaban (y defendían sus propios intereses argumentando transparencia) y por un innumerable etcétera que me dejó en un segundo periodo de incertidumbre: ¿viciar? ¿Humala? Lo definí luego, apoyándome en la popular frase de Steven Levitsky, profesor de la Universidad de Harvard (PuntoEdu n°206): “Se puede tener dudas de Humala, pero de Keiko tenemos pruebas”. Era imprescindible evitar a toda costa que Fujimori llegara a ser presidenta (rodeada de toda esa gente infame que también rodeó al dictador de su padre).
Yo voté por Humala en segunda vuelta. Si eso me hace ignorante o resentido social, bueno, entonces soy ambas cosas.
Yo voté por Humala en segunda vuelta, sin miedo, porque preferí darle el beneficio de la duda y, admito, quiero creer en él y en su muy buen equipo técnico, y porque más allá de todas las cosas malas que se le achacan, traté de ponerme un instante en el lugar de todas aquellas personas que no tienen ni idea si al día siguiente tendrán algo que comer y que nunca han tenido algo que perder.
Lo cierto es que, con el líder de Gana Perú como virtual presidente, últimamente todo el mundo —llámese Lima, para los que le encanta creer que la capital es el centro de nuestro país— habla sobre la economía, las inversiones, los capitales extranjeros, la caída de la BVL (que en este momento tengo entendido ya se encuentra estable), pero qué hay de aquello que para muchos no es importante y que se ganó tras conocerse los últimos resultados de la ONPE: la dignidad de toda una nación. Creo que el dinero es importante, pero definitivamente no lo es todo, como lo señala Jerónimo Centurión, columnista de Diario 16:

Las inversiones son importantes, sin duda. Manejar la economía del país con prudencia es indispensable. Pero también lo es la moral, la solidaridad. Por más importante que sea la economía, ésta no puede ser la protagonista de nuestra felicidad. Quizás la base, pero no la esencia. Nos aproximaremos a ese concepto llamado felicidad en la medida en que actuemos conforme nuestros principios, valores o sueños. Y si esos sueños solo tienen en cuenta lo económico, significa que algo no anda bien.

Podría pensar que no voy a tener trabajo, que el Perú se va a ir al diablo o que es mejor correr, irse al extranjero. Personalmente yo tengo el deseo de irme a estudiar a Francia, crecer profesionalmente y luego volver a aportar lo que pueda. Supongo que esa es la mejor forma de hacer realmente patria. A los pesimistas, a los intolerantes… bueno, como le escribí a un amigo: el que no ayuda, estorba; no hay peor lucha que la que no se hace.

Realmente nunca me ha gustado la política, tampoco la economía, pero si hay algo que me gusta menos es la falta de compromiso. Sobre lo ocurrido ya no se puede cambiar nada, así que solo queda –por las dudas– ser vigilantes y pelearla por salir adelante.

PD: Una cosa graciosa vía perufail.com para paliar la pesada coyuntura XD: Color sin leyenda.

Por qué no se van - Los Prisioneros

No hay comentarios:

Publicar un comentario