viernes, 25 de diciembre de 2015

Lo que queda

Qué inocente era 17 años atrás cuando escribí una carta que hace dos minutos terminé de leer. Era para una chica que me gustaba. En ella le pedía apoyarse en mí ante la adversidad y le prometía dejar de ser tan pasivo (ser más decidido). Han pasado 17 años y sigo siendo el mismo idiota preocupado y lento. De la chica, solo el recuerdo y una sonrisa fingida cada vez que la veo. Hace dos días vi a la última chica con la que he estado y me dio mucho gusto haber podido conversar de forma civilizada con ella. La quiero, pero esa mujer no era para mí. Eso creo que quedó clarísimo tras nuestra relación de pareja. Me preocupo por ella porque la aprecio. Vivimos muchas cosas juntos y lo di todo para que las cosas funcionaran, pero al final el daño era más grande y había que tomar una decisión dura. Se terminó, pero el cariño se mantuvo, al menos por mi lado, y, la verdad, ojalá y nunca se termine, más allá de nuestros futuros individuales. La extraño, pero eso no basta. Hace 17 años era un tipo diferente, aunque no lo parezca. Claro está: era más inocente y creía más en la gente. Hoy creo en la gente, pero me decepciono con mayor rapidez. Supongo que es la vejez. Pienso en aquella chica, a la que le escribí la carta que hace cuatro minutos terminé de leer. Era linda. Lo sigue siendo, pero ya no es nada en mi vida. Ni un fantasma. Eso es triste, pero no hay nada que hacer. Algunos quedan, otros se marchan para no volver.

Al olvido - Elefantes