“Tú nunca me llevas a bailar”, era una de sus frases recurrentes. Y tenía razón a medias. No me gustaba hacerlo, pero cuando se daba la oportunidad lo hacía porque sabía que eso le gustaba a ella, no siempre, pero lo intentaba. Entonces no me pasaba por la cabeza salir a tonear, es más, me parecía matador y hasta improductivo… me creía poco bueno para el asunto del zapateo, no tomaba y la idea de sociabilizar con gente extraña no me llamaba la atención. Hoy en día, en cambio, cada fin de semana estoy a la espera de alguna llamada que me diga en dónde la vamos a hacer (bueno, tampoco tanto). Y como moscas a la miel, la gente se une, empina el codo y la pasa bien.
Al gatito le gusta el chilcano y la cerveza.
Detestaba, entre otras cosas, el ir a la playa, las aceitunas, pedir en un restaurante algo que no fuera bistec a la plancha o escuchar la más canción del verano (tipo Tu angelito o Llamado de emergencia). Ahora el mar me atrae, una pizza sin oliva no run, me tomo la molestia de revisar toda la carta de un local antes de mandarme por algún plato que considere rico y -si bien me pone como loco oír una y otra vez la misma tonada- puedo matarme de risa cantando “por eso ven, ven, ven que yo me porto bien”. ¿Por qué pude cambiar esas cosas estando solo y no con ella? No lo sé. No lo entiendo, pero me imagino que está perfecto, pues nada como experimentar, entender que más vale tarde que nunca, saber de todo un poco y sobre eso elegir, ya que –como alguna vez leí- solo conoce el vino dulce aquél que ha probado antes el amargo y, definitivamente, hay que agarrarle el gusto a las cosas, con mayor razón si estas tienden a curar y a generar sonrisas.
Cuéntame - La Charanga Habanera
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