Nunca, jamás, voy a dejar de pensar que uno es lo que es gracias a las personas que acompañan: compañeros, enemigos, confidentes, familiares, extraños que se cruzaron por azar, etc., todos, de una forma u otra pasan a formar parte de nuestra experiencia y a regalarnos instantes diversos que, a la larga, forman nuestra personalidad. Hay un yo distinto en cada otro (la forma en que nos imaginan, nos quieren, nos odian, nos recuerdan). Hay, entre ellos, imagenes que destacan entre el resto, para bien o para mal, las cuales terminamos admirando, imitando, esquivando o superando... hay modelos... hay amigos. Aquí algunos de los que me dejaron un poquito de sí mismos en mi alma (los invito a hacer el mismo ejercicio):
Si le escribes una carta a otra persona automáticamente deja de pertenecerte a ti, así que debes entregársela algún día. Mi libertad siempre tiene la palabra exacta en el momento exacto. Siempre sabe cómo despabilarme. Me conoce al detalle, tanto, que a veces sabe lo que yo sé sin siquiera tomar nota del problema. Una de las últimas veces que conversamos me dijo algo así, más o menos: “Tú te puedes perder, pero a Diego, mi amigo, cuídalo, engríelo, porque lo quiero”.
¿Y cuánto amor vas a poder darle finalmente a tu gloria si es que ya lo has desperdiciado en otras chicas que no han valido la pena? No sé en qué momento nos hicimos amigos, mas sí en qué momento fue que nos desconectamos (por culpa de una mujer). Me enseñó que ser romántico y sensible vale la pena, que no hay que temer entregar el corazón cuando algo vale oro y que, a veces, un gesto, un detalle, es más preciso que mil palabras. ¡Ah!, y también que es muy distinto decir “te quiero mucho” a “te quiero”, a secas.
Gato. Nos hicimos patas en unas horas, caminando y conversando de todo, desde Sui Generis hasta de amores no correspondidos. Nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas en común y que la vida había sido muy justa en presentarnos. Su cabello, vaya, lindísimo. Su sonrisa, muy bella. Jamás me había sentido tan cómodo con alguien tan pronto y jamás me había costado tanto despedir a una chica en el aeropuerto. Me presentó a Benedetti, que es bastante, a mi yo caballeroso, a mi patria a través de sus ojos.
Nadie que se diga bueno a sí mismo va a querer cargar con algún peso en su conciencia. Todas las personas son egoístas ¿acaso podrías culpar a alguien por buscar su propia felicidad? No había llorado nunca ante un hombre que no fuera mi padre, pero no tuve problema alguno en convertirlo en el primero -o bueno, técnicamente el segundo- que me veía desarmado. Somos idénticos, quizá por eso nos llevamos tan bien: altruistas al extremo, idiotas que se saben idiotas, pañuelos de medio mundo, soñadores que aún creen en milagros y en encontrar a una mujer que les valore.
With a little help from my friends - The Beatles
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