martes, 24 de mayo de 2011

Decálogo del buen minino


1- Caza ratones y evita a las ratas.
2- Gato que se respeta siempre busca calorcito: si solea, se duerme al filo de la ventana, como todo buen aventurero; si hace frío se esconde bajo las frazadas.
3- Elude las trampas, ya que a la larga puedes salir herido.
4- Los techos son lugares interesantes para perder algunas vidas, pero no hay nada como la tranquilidad de una casa junto al abrazo de una linda patrona.
5- No importa que tan alta sea una caída, terminar de pie es siempre una obligación.
6- Maullan que un gesto vale más que mil ronroneos, sin embargo, a menudo es más importante decir miau que regalar una madeja de lana.
7- No le busques más de cuatro pies a la gata.
8- Vale la pena tropezarse con una que otra espina con tal de saborear al final un buen pescado.
9- A diferencia de lo que ocurre con los perros, ignorar a tus dueños te traerá muchas satisfacciones: entre menos caso les hagas, más querrán estar contigo.
10- Huye de las personas que demuestren tenerle más amor al seco que al gato.

PD: Gracias a mis estimados Julia G., Ángel Hugo y Daniel M. por las ideas, la paciencia y su buena vibra.

Monsieur chat - Dionysos

lunes, 23 de mayo de 2011

Los caramelos de la abuela

Muy temprano me sonreía, pícara, como si estuviera cometiendo una travesura que únicamente compartía conmigo. “Shhh, shhh”, me llamaba, y en su cuarto abría un cajón, y del cajón sacaba una bolsa negra, y de la bolsa negra unos caramelos “Menta chocolate”, que colocaba inmediatamente en mi mano. Todas las semanas, mi abuela le pedía un paquete de dulces a mi madre, y todas las semanas mi mamá le compraba su paquete de dulces. Muy temprano me sonreía, antes de salir apurado rumbo a mis clases en el BUP (mi cole), y trataba de endulzar mi día, de arranque, como para que no creyera por un segundo que me iba a ir mal.


Cosas buenas pasaron, cosas para el olvido también. Entré a la universidad (#sanmarquinoqueserespeta pe’) y la rutina de mi mamicha no cambió en nada: caramelos y más caramelos, a los que a veces les sumaba un chocolate estratégicamente hurtado de alguno de los escondites de mi papá. Mientras tanto, en San Marcos, pocos eran los que podían darse el lujo de almorzar un menú de cinco soles, por lo que las visitas a la cafetería —gratis, pero bajo la presión de una cola interminable y eterna— eran obligadas, así como la compra de alguna hamburguesa en el puesto de la tía veneno (poison, para los nostálgicos) ubicado en el cruce de las avenidas Universitaria y Venezuela, o un rico sachet de Tampico con sus galletas “de preferencia”, cuando se tenía que comer algo a la carrera.
A pesar que suelo comprar bastantes, yo no como tantos dulces o, mejor dicho, como el mejor chocolate del mundo, trato de buscar un momento ideal para disfrutar lo que tengo enfrente. Muchas veces me daba con la sorpresa de tener una cantidad relativamente grande de golosinas en mis bolsillos porque precisamente guardaba los caramelos que mi abuela me daba, así que lo que hacía era ofrecérselos a mis patas, quienes siempre me los recibían con gracia, contentísimos… de pronto, sin querer, me fui haciendo de una costumbre sobre la costumbre de la madre de mi madre, pues, como suele decir mi papá (parafraseando a SU papá): las cosas no son de quien las tiene, sino de quien las necesita.
Mi memoria no es muy buena respecto a este punto, pero cuando era niño no siempre podía tener todos los dulces que me hubiera gustado tener. A diferencia de una ex enamorada, que al contarle todo esto que les estoy escribiendo a ustedes me decía que ella siempre la engreían, o a diferencia de lo que me dijo hace unos días una amiga a la que estimo horrores, que me explicó que cuando infante a ella y a su hermana le compraban golosinas individualmente para que supieran lo que es de una y de otra, en mi casa me acostumbraron siempre a compartir lo que me cayera en las manos, sea poco o mucho. No sé si esto suene bien, pero recuerdo a mi padre abriendo un paquete de Sparkies sobre un plato hondo, y repartiendo su contenido entre mi hermano mayor y yo, color por color, para que entendiéramos que a ambos nos correspondía lo mismo y no discutiéramos por huevadas.
Con todo eso y con lo mucho que me gustaba —me gusta— tener a la mano algún dulce, cuando llegaba a la universidad y veía a alguno de mis compañeros renegar porque estaba pasando un mal día o preocupado porque no le iba como quisiera en algún curso, me desprendía de los caramelos que mi abuela me regalaba dándoselos y, ¡oh! genialidad, veía en su cara la misma sonrisa divina que mi mamicha me brindaba por las mañanas durante nuestro ritual de toda la vida.
Cada vez que puedo o, mejor dicho, cada vez que tengo la oportunidad, cuando me detengo un instante a comprar en un quiosco, intento pensar un poco en el resto y alucino que un chocolate o unas galletas podrían elevarle el ánimo a tal o cual persona. Es simple, no es caro, ¿por qué no? Difícilmente encuentro los “Menta chocolate”, pero cuando tengo esa suerte me mato de risa y los compro por miles, caso contrario, otra vaina y pa’lante. En fin, esa es la explicación de por qué ando siempre con harta golosina encima o por qué me alegro tanto cuando alguien tiene un gesto similar conmigo. Es simple, no es caro, ¿por qué no?

Maldita dulzura - Vetusta Morla

viernes, 13 de mayo de 2011

I'm going slightly mad

Realmente...



Posesión de tu nombre... - Pedro Salinas

Posesión de tu nombre,
sola que tú permites,
felicidad, alma sin cuerpo.
Dentro de mí te llevo
porque digo tu nombre,
felicidad dentro del pecho.
«Ven», y tú llegas quedo;
«vete» : y rápida huyes.
Tu presencia y tu ausencia
sombra son una de otra,
sombras me dan y quitan.
(¡Y mis brazos abiertos!)
Pero tu cuerpo nunca
pero tus labios nunca,
felicidad, alma sin cuerpo, sombra pura.

martes, 10 de mayo de 2011

¿Es un beatle lo que veo?

Viva el Perú, ¡carajo!. Una entrada nunca estuvo mejor pagada: Paul McCartney sobre el escenario, primero con Hello, goodbye y finalmente con The end. Treintitrés canciones. Cerca de tres horas de concierto. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Supongo que nada.
"¿Es un beatle lo que veo?", dice Julia. Sí. Lo estamos viendo todos. Y canta. Bastante bien, por cierto, pese a lo que podría uno pensar al cotejar sus casi 70 años de edad con sus arrugas. Canta bonito y cae bien, porque no solo habla en español y dice "los quiero", sino porque al oirlo uno puede volver a cuando niño, recordar mil y cinco momentos gratos. Entonces se piensa: gracias, miles de gracias.
Carmen y Nati bailan. Típico. Paul calma la euforia con Blackbird (temón para oir con calma) y la vuelve a prender con Ob-la-di, Ob-la-da. Ralp anima a hacer una cadena de abrazos, luego llega -al fin- mi queridísima Catherine, justo para cantar al unísono con todo el Monumental Let it be. Timing Perfecto. Por algún lado -no tengo ni idea cual- estaba Telmo, seguramente saltando de emoción al ver la noche iluminarse con los fuegos artificiales desplegados durante Live and let die.
"¿Es un beatle lo que veo?", pienso mientras disfruto del mejor concierto del año. Pasa una hora, pasan dos... caminamos hacia la Av. La Molina. Charlamos sobre lo que acabamos de presenciar. Hoy todo el mundo habla sobre la experiencia de ayer, sobre un acotencimiento histórico, algo nunca antes visto. Honestamente no tengo ni idea si es para tanto: la pasamos bien. Suficiente. Y siento que me contradigo, que siempre hay algo más que pedirle a la vida: ¿un carro de lujo? ¿un palco en el nuevo Estadio Nacional? La oportunidad de compartir un tiempo igual de grandioso con gente igual de grandiosa (aunque un departamento en Miraflores no me caería nada mal). Nos vemos pronto.

PD: Pueden leer la crónica del concierto que colgó elcomercio.pe.

jueves, 5 de mayo de 2011

Así debe ser

Sanmarquina ella...

Así debe ser - Blanca Varela

Así debe ser el rostro de dios
el cielo rabiosamente cruzado
por nubes grises, violetas
y naranjas
y su voz
el mar de abajo
diciendo siempre lo mismo
tan monótono
tan monótono
como el primer
y el último día

Suna - Mar de Copas

miércoles, 4 de mayo de 2011

Tiempos tranquilos

Déjame solo, un momento, en mi calma



Contento, con todo lo que pasa alrededor. Positivo, más allá que pueda parecer aterrador contar con planes que podrían no tener una conclusión favorable... ¿para qué arriesgarse a meterse en problemas cuando se goza de tanta tranquilidad? pues porque la aventura es muy atractiva. Nada más hay que saber medir el peligro y ser lo suficientemente astuto como para no pisar ningún terreno pantanoso. Aunque, como dice la canción, "mejor cholo que mal acompañado".