miércoles, 15 de diciembre de 2010

La disculpa

Una vez le dije a una chica “discúlpame por quererte”. Éramos amigos y nuestra relación se fue al carajo días después de que lo soltara aquella frase. Ese día le confesé que tenía miedo, que sabía que debía de superar muchas cosas y que si tenía ganas de conversar se apoyara en algunos de sus amigos, en los que confiara más. “¿Y por qué no mejor me dices que puedo apoyarme en ti?”, me reclamó, bajito, y yo le contesté solo con una sonrisa.
Nuestra relación no parecía estar destinada al fracaso. La primera vez que la vi me pareció la chica más linda del mundo. La segunda, la vi hablando con un pata al que momentos después le pedí presentármela “así como quien no quiere la cosa”. Nunca antes me había gustado tanto una mujer con tan solo verla y, de igual forma, nunca antes había sentido la imperiosa necesidad de hablarle, de saber de ella (solo una vez más me volvió a pasar algo así). Qué puedo decir: me fascinaba.
Una vez le dije a una chica “te quiero”, y ella contestó: “yo también te quiero”. “No, no lo entiendes, te quiero, me encantaría estar contigo”, y se quedó mirándome fijamente a los ojos, con una expresión que –lo juro– parecía decirme “sí”... Tras el “no”, pensé que, definitivamente, nuestra relación no parecía estar destinada al fracaso, pero, a veces, hay cosas que simplemente no se pueden evitar.
Más allá de lo que pasó con ella, creo que uno no puede cambiar lo inevitable… por más que uno no lo quiera aceptar, uno sabe cuando una chica solo lo quiere a uno como amigo, por más que ellas, a veces, por orgullo o instinto de supervivencia, se comporten como el perro del hortelano, o por más que nos esforcemos por hacerles entender que podemos ser más que el tipo que las escucha eternamente.
Tras el “no” me trató malísimo, como si pensara que siempre iba a estar a su disposición, y mi amor propio, que es la última capa de mi orgullo, me hizo distanciarme. Ella no aceptó eso y, en lugar de darme algo de espacio, me condenó a la ley del hielo.
Nos odiamos: yo a ella por egoísta, y ella a mí, porque en su cabeza yo era un resentido de mierda. Nos quisimos también, supongo: yo a ella por razones obvias, y ella a mí porque, mal que bien, estoy convencido que sabía que estaba dejando ir a alguien en quien se hubiera podido apoyar sobremanera.
Meses más tarde se agarraría a su enamorado de turno en mi cara y, cuando la pude superar, trató muy mal a mi novia de entonces. Fue el final. Hasta allí ella había guardado uno de los textos que le había escrito en la tapa de uno de sus cuadernos y yo, la esperanza de poder salvar la amistad que tuvimos en algún momento. “Discúlpame por quererte”, ¿realmente fue mi culpa? no lo sé, supongo que todo depende siempre de la madurez con la que se afronten este tipo de dilemas. Solo puedo añadir que nunca más, porque lo juré así, me le volví a mandar a alguna mujer, porque eso del “sí” o el “no” me crispa los nervios.

Desahogo - Roberto Carlos

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