Una vez soñé con la chica por la que le pedí a Dios antes que se la pidiera a Dios. Estaba en el otro extremo de la habitación. Entonces se me acercó y me miró con un verde destello sumamente conmovedor, luego tomó mi mano y me hizo percatarme que el latido de su corazón era bastante rápido. Me desperté con aquella imagen nítida dándome vueltas en la cabeza y con sus ojos hermosos señalándome el camino para verla. Siete horas después la conocí y -por eso- supe que se convertiría en una de las personas más especiales de mi mundo. Así fue.
Otra vez, como aquella, que todo pareció real, tuve la sensación de estar recostado en mi cama nuevamente junto a una ex novia. Simplemente estaba allí. Hasta ese instante no había conseguido dormir tranquilamente por un espacio de 30 días, pues el insomnio suele no darme treguas prolongadas. Durante mi alucinación inconsciente ella me abrazó, jugó con mi cabello y me susurró al oído calma. El resultado fue mucha paz y unas horas de descanso reparadoras.
Algo parecido me pasó anoche: tuve entre mis brazos a la mujer que -si puedo escribirlo así- en estos momentos me gusta. Ella estaba sobre mí, con su espalda reposando sobre mi pecho. No le veía a la cara, pero sabía que estaba sonriendo. Yo le besaba el cuello al tiempo en que mi respiración masajeaba levemente su nuca. Así nos quedamos dormidos. En la mañana, por un momento, creí que la encontraría a mi lado. Me costó unos segundos -larguísimos- darme cuenta que todo había sido una ilusión.
Sueños rotos - La Quinta Estación
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