domingo, 20 de febrero de 2011

Segunda cuadratura

Cogí esta hojita de brezo
el otoño ha muerto, recuérdalo
no nos veremos ya sobre la tierra.
Olor del tiempo hojita de brezo
y recuerda que te espero.
Apollinaire

[Bajo la luna brillante, todo está cool. Bajo un cielo ondulado, todo está nice]. Con una partitura partida y una postura indefinible, así me quedé ante tu discurso (que bien parecía una catilinaria), así me encontré con mi futuro desdén y melancolía. Si tan solo me hubieras mirado distinto. Si tan solo me hubiera comportado a la altura. Si tan solo hubiéramos tenido el valor. Si tan solo… si tan solo… si tan solo… y mil veces si tan solo.
Sutil en su esplín, pero notorio en su amargura. Cuando piensa en el momento en que la magia fue todo disparate. Cuando siente que el viejo olor a emoción fuerte se va a quedar clavado en el más vil de los olvidos: baúl viejo, lleno de imposibles y de memorias vacías. La relación que existe entre pena y alegría es una delgada paz, tan frágil de quebrar como un vaso con whisky y mucho más diáfana que un amor sincero.

La incertidumbre se hizo pecado.

Había perdido. Buscó su orgullo en el bolsillo, ahí se encontraba, silencioso, inhibido, casi inmutable ante la desazón de verlo rendido; ni siquiera él quería mirarle a los ojos. Lo dejó entonces descansar y le preguntó a su conciencia si fue suya la culpa, pero no le contestó nada, mas sin notarlo, poco a poco se dejó llevar por el miedo.
Sonrió. El escalofrío paralizaba su cuerpo. Por un instante se sintió morir, pero el dolor, gracioso, rotundo, le hizo saber que aún estaba con vida. No le importó haber dado mares, tampoco el no haber recibido un beso sincero.
Miró a un lado. La vio irse. Cogió el recuerdo, única herencia que de ella le quedaba. Le perforó el pecho sin darle momento alguno para defenderse.
Sonrió, porque aún sabiendo que le había traicionado, él la quería. Comprendió entonces que ya nada importaba, que la luna había dejado de ser romántica, que nunca más sentiría la calidez de su cuerpo o jugaría con sus cabellos, que el no oírla sería silencio absoluto aún entre un centenar de gente.
Miró a un lado. Solo quedó el paisaje triste, el suave sonido del mar, la firmeza de haberse rendido nuevamente. De pronto, dio un paso al frente. Cayó al vacío de sus traumas y antiguos amores inconclusos.
Sin embargo, flota el enigma del tiempo compartido, el desgarrador abrazo de una esperanza nívea y, por supuesto, ese dolor gracioso y rotundo le favorecerá, será su bandera a marchar en un campo totalmente nuevo; su experiencia: su gracia a posteriori porque, después de todo, la luna siempre brilla, aunque no pueda vérsele; y los corazones siempre se buscan, aunque jamás se encuentren.

Justo cuando empecé
a ver, a pensar, a creer
el silencio creció
la distancia mató.
Ya no veré, no pensaré, ni creeré.
Soñaré.

Lima, 26 de abril de 2001

Siguiendo la luna - Los Fabulosos Cadillacs

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