Al tiempo en que Lucía daba saltos sobre mi estómago y me sonreía. Al tiempo en que Vania, sentada a mi lado, contemplaba dicha escena matándose de risa y seguramente pensando de qué lugar se le sacaban las pilas a su sobrina, una parte de la película que veíamos llamó mi atención: el protagonista de Rock star, Chris Cole (Mark Wahlberg), le preguntaba al manager del grupo Steel Dragon cómo se llamaba aquél mal que le pasa a uno después de habérselo hecho a otra persona, y Mats contestó: “Justicia divina”. Desde luego. De inmediato, el regordete personaje interpretado por Timothy Spall habló sobre su experiencia personal: alguna vez tuvo una esposa a quien abandonó a cambio de vivir una vida distinta al del común de la gente. Mientras contaba eso, la nostalgia le llenaba la voz: “Se casó con mi mejor amigo, un doctor… una vez vino a ver un concierto, estaba linda… tiene dos hijos preciosos”.
Rock star es un trabajo interesante que gira -en principio- sobre la oportunidad que llega a tener Cole de convertirse en el vocalista de la banda de la cual era fanático. Quizá lo mejor que pudimos haber hecho mi amiga y yo fue ver esta película ayer, en lugar de alinearnos a las millones de personas que seguramente en ese mismo momento estaban viendo algo lacrimógeno. Rock star trata sobre las decisiones que pueden cambiar el rumbo de nuestras vidas, la necesidad de ser uno mismo (y no una caricatura de alguien más), la búsqueda de la propia identidad y, desde luego, la luminosa –y también vacía- experiencia de convertirse en una estrella y todo lo que ello arrastra, así como la posibilidad de volver a empezar (sobre todo cuando se toma una medida en el momento justo). Así es, ténganla en cuenta.
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