domingo, 21 de marzo de 2010

Palomitas de maiz

Hoy amanecí pensando en Baires o Madrid, creyendo que estaba encerrado en un sueño del que no podía despertar. Los últimos meses han sido eso: una especie de adormilanamiento que no parece ser real, no parece ser lo natural luego de tantos años de contar con una feliz compañía.
Hoy amanecí con una melodía en la cabeza y la idea de seguir, porque eso es lo único que uno puede hacer ante la adversidad… vaya, recordé al vendedor de palomitas de maíz de El Alquimista, un tipo que toda su vida había soñado con viajar y en lugar de hacerse pastor, para cumplir con su meta, se consiguió un carrito para vender su canchita y, bueno, se la pasaba haciendo ello en lugar de buscar su Leyenda Personal (así le llama Coelho), es decir, se inclinó por lo que más tenía a la mano y, creo yo, se detuvo porque ¿para qué ir a buscar un sueño cuando se tiene algo seguro?

La melodía empezó entonces al compás de la voz de Silvio Rodríguez:

En el borde del camino hay una silla
la rapiña merodea aquel lugar.
La casaca del amigo esta tendida
el amigo no se sienta a descansar.

Cuando uno realmente desea algo, el universo conspira para realizar ese deseo. Creo en eso, pero también que cuando uno realmente quiere algo, tiene que enfrentarse a lo que sea con tal de hacerlo realidad. Nada en este mundo sucede a partir de una cadena infinita de milagros. Ahora bien, tampoco es que esta teoría de intercambio equivalente sea completamente certera, pues no siempre se consigue lo que se quiere ya que ello puede depender de muchos factores ajenos a uno.

Sus zapatos de gastados son espejos
que le queman la garganta con el sol
y a través de su cansancio pasa un viejo
que le seca con la sombra el sudor.

Cuando empecé a trabajar en El Bocón pensé que estaba bien, pues siempre había querido laborar en un diario que se vendiera a nivel nacional y porque, a mi corta edad, ganar esa experiencia –precisamente- estaba bien. Sin embargo, luego de terminar la universidad el diario se convirtió en mi más grande enemigo para alcanzar mi sueño de irme a estudiar al extranjero. Mi jefe inmediato de por entonces estaba decidido a no brindarme la oportunidad de aprender otro idioma, vital para mi interés de salir del país. “¿Para qué? Si ya estás trabajando”. Así me quedaba sin tiempo. No podía darme el lujo de contar con un horario favorable. Después de pensarlo muy bien y asegurarme de tener todo el apoyo necesario (mi familia, mi enamorada, mis amigos) renuncié.

En la punta del amor viaja el amigo
en la punta más aguda que hay que ver.
Esa punta que lo mismo cava en tierra
que en las ruinas, que en un rastro de mujer.

Estudié inglés durante algunos meses y pensé que estaba bien, pero a pesar de ello, con el correr de los días, comencé a sentirme un completo inútil, una carga para todos los que me rodeaban. Busqué chamba durante algún tiempo. Si no hubiera sido por algunos freelos y mi novia me hubiera vuelto loco. Tan estresado andaba que a mi hermana se le ocurrió la feliz idea de llamar por mí desde Cambridge y probar suerte… “un curso en el exterior, una vez acá, averiguar por alguna maestría será más sencillo… trabajas, dominas el idioma”. Pero no, todo se me aparecía de una forma demasiado desordenada y, peor, no concebía la idea de irme sin mi armonía. “Luego te daría el alcance”, me decía ella, pero no. Era demasiado complicado y yo la quería demasiado como para aceptar separarme de ella y de mi sueño, que también la incluía a ella… nuestro sueño, para ser exactos, porque luego de varias conversaciones habíamos coincidido en que viajar era algo que ambos queríamos… y mejor si pudiera ser a Inglaterra o Francia.

Es por eso que es soldado y es amante
es por eso que es madera y es metal
es por eso que lo mismo siembra rosas
que razones de bandera y arsenal.

Cuando me dijeron que haría prácticas en El Comercio me sentí excelente y cuando, meses después, me contrataron, no cabía en mi medio cuerpo. El único trabajo por el que yo podía detener mi sueño era El Comercio, y no tuve ninguna duda. Mi gloria empezó entonces a estudiar francés y yo lo vi bien. Hablábamos mucho sobre un futuro en el que ambos estábamos en París, tomando café, y pensando en terminar nuestras maestrías, en un futuro en el que teníamos un departamento frente al mar, un perro… y yo, particularmente, una niña, diciéndonos papá y mamá… una niña con sus ojos y su empuje… y mis manos y mi personalidad magnética (XD)… ella en una institución formidable y yo de profe universitario, radiante…
A veces, cuando caminaba rumbo a la redacción sentía mis piernas pesadas, aburridas. Me preguntaba qué estaba haciendo y hacia dónde quería llegar… y todo apuntaba al viaje. Creo que esto nunca se lo dije o si se lo dije, seguro que no me prestó la atención suficiente. Cuando me comunicaron que ya no seguiría más en el trabajo me puse como idiota, apenas y pude aguantar el llanto. “Las cosas pasan por algo”, me dijo Fabricio, mi jefe. “Tú dices que tienes planes de irte a estudiar fuera, de repente es la oportunidad para que hagas eso”. Luego empalmé con la chamba que ahora tengo en la PUCP y de arranque pensé que sí, que ya era tiempo de velar por ese sueño, nuestro sueño, y por eso, agradecí sobremanera que tanto ella como yo tuviésemos el tiempo necesario para estudiar francés. Y hablábamos sobre nuestro futuro, todo el tiempo… y siempre estábamos juntos... y nos mudamos a Magdalena del Mar en mayo del 2009. Y aquél año pensé que no íbamos a poder salir del país a menos que nos fuéramos por vacaciones. Quería ir con ella a Buenos Aires, pero la gripe, la maldita gripe del chancho no nos dejó.

El que tenga una canción tendrá tormenta
el que tenga compañía, soledad.
El que siga un buen camino tendrá sillas
peligrosas que lo inviten a parar.

Siempre que he tenido sillas en medio de mi camino he cometido el error de detenerme a descansar… felizmente todo el tiempo había algo que me empujaba a seguir… hasta donde yo tenía idea, mi hermana, mi enamorada, una serie de casualidades. Cuando mi pequeñita me dijo que se iba a ir a Francia lo primero que sentí fue miedo, pero luego lo tapé y traté de asimilarlo con una sonrisa… me consolaba creyendo que era nuestra posibilidad de hacer realidad todo ello por lo que habíamos caminado juntos. Pensé que si no me hubieran dicho “hasta acá nomás” en El Comercio justo en ese instante, jamás hubiera tenido el tiempo necesario para alcanzar un nivel de francés apto para tentar la posibilidad de viajar este año. Si no hubiera entrado a un trabajo como el que tengo en la Católica tampoco, pues el horario de oficina que me ofrecieron acomodó el tiempo para el estudio. Hasta entonces pensé que el universo entero estaba conspirando para que ella y yo fuéramos felices cumpliendo nuestras metas…

Pero vale la canción buena tormenta
y la compañía vale soledad
siempre vale la agonía de la prisa
aunque se llene de sillas la verdad.

Cada vez hay más sillas y cada vez los problemas se hacen más agudos. Parece como si algo no quisiera que vaya y, la verdad, tengo la mitad de las ganas de ir de las que tenía en setiembre del año pasado por todo lo que he vivido en el último mes. A veces uno espera una señal para saber si lo que se está haciendo es lo correcto… a veces, esa señal tiene que provenir desde lo más profundo del corazón. Es como una certeza increíble, como cuando sabes que adoras a alguien y que eres capaz de hacerlo todo por ese ser en particular. Racionalmente no existen palabras. Emocionalmente, solo el amor… solo el amor, aunque a veces no baste.

Historia de las sillas - Silvio Rodríguez

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