jueves, 4 de marzo de 2010

¿Rutina del mal?

Qué poderosa es la rutina y qué tan poco valorada es por todos. Cuando jode, cuando aburre, cuando no hace más que enfriar relaciones o deprimir los corazones es verdaderamente un fiasco de sensación, sin embargo, cuando se configura respecto a un tercero bien puede significar que esa persona nos vale la pena.
Uno no tiene una rutina con un extraño. Por lo general, uno tiene una rutina con alguien cercano, con alguien quizá considerado familia.
Cuando me mudé con mi enamorada el año pasado dejando atrás el hogar de mis padres, donde había vivido 25 años, empecé a estimar mucho más los desayunos de los domingos que prepara mi papá, los momentos en los que me ponía a jugar PlayStation con mi hermano menor, las conversaciones con mi hermano mayor por las noches y el contemplar a mi madre ver una serie televisiva sin siquiera pestañear, cosas que en el instante en que ocurren y/o tienes a la mano no destacas.
Eso lo he vuelto a vivir mucho más fuerte desde que pegué la vuelta y vi cómo mi querida Armonía se subía a un avión hace ya seis meses. Tantas veces le había llamado la atención por los ganchos –de cabello- que dejaba en cualquier lado y que siempre terminaba yo recogiendo del suelo… y tantas veces me había largado por ello, por una cuestión tan insignificante, pero que difícilmente ocurriría con otra persona.
Ella se fue el 21 de setiembre del año pasado. Cuando volví a mi casa del aeropuerto lloré al notar el negro resplandor de uno de esos bichos tirado sobre el suelo de nuestro departamento… hoy en día añoro cada detalle, cada sonrisa… los sábados de ir a dejar la ropa en la lavandería, de ir al mercado de Magdalena… el regreso a nuestro hogar –de lunes a jueves- después de asistir a nuestras clases de francés, la forma como me regañaba los domingos por no limpiar o el tono de su voz cuando me increpaba por jugar sin parar con mi PSP.
El sábado pasado asistí a una reunión en la que vi como una pareja, recientemente incorporada al club de los convivientes, discutía por una cuestión tan absurda como el dejar los ganchitos regados por doquier. Los vi tan lindos y tan ignorantes de su suerte que me entró la idea que hoy intenté explicar mediante este post. Extraño incluso eso, las peleas bobas, pues estas no se tienen con cualquiera, solo con alguien que, como repito, uno puede llamar familia. Y es que, a fin de cuentas, las cosas simples son las que generalmente nos hacen más felices.

Rutina - Roberto Carlos

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