Bueno, todo ese floro para empezar a contar lo que me pasó ayer, luego de haber dormido apenas unos 30 minutos en un lapso de 48 horas, y justificar el haberme comido un paradero por quedarme jato, por primera vez en mi vida, pues por lo general mi cuerpo "me pasa la voz" cuando ya estoy llegando a mi destino y me despierto presto a decir "chifa baja" o "cartel baja" y a hacerle caso al cobrador y a su "pie derecho, pie derecho". Nada sirvió esta vez.
Mi día había iniciado saliendo de una discoteca cerca de Les Champs Elysees junto a dos amigas rumanas a quienes despedí en la gare Charles de Gaulle-Étoile. Hasta allí todo bien. Me hubiera ido a dormir chez moi (a mi cuchitril, pe), pero decidí irme "de boleto" a la casa de unos amigos peruano-belgas, pues había quedado con ellos en recoger a sus hijas a las 11 de la mañana de sus clases de música. Chapé entonces mi RER Línea A rumbo a Bry-sur-Marne y, literalmente, llegué con el pan bajo las primeras luces del día, ya que camino a su hogar pasé a comprar una baguette.
Honestamente, yo hubiera cambiado la vista al Arco del Triunfo por un Begui, el fantástico pollo a la brasa que siempre me pareció el más rico del mundo, me imagino, por las condiciones en las que lo consumía: con litros de alcohol en la sangre (bueno, nunca tanto), a las 5 de la mañana, y luego de salir de tonear de algún local del Centro de Lima. Un desayuno de campeones.
Tras cuidar a las niñas y dejarlas en manos de sus progenitores golpe de 6:30 de la tarde, me fui directamente hacia Les Tuileries. Allí me junté con unos amigos colombianos con quienes había quedado en hacer un pique-nique explotando el buen clima. En el tren aproveché para mandarme una "cabeceadita" de aproximadamente mil 800 segundos (¡santos 30 minutos reparadores!) y una vez en el lugar del encuentro, risas van, risas vienen; tres vinos, algo de huancaína, algunas carnes, zanahorias, pan y sonrisas me devolvieron al mundo de los vivos por un rato. Chau compadres y otra vez al ruedo del RER, que demoraba horrores mientras yo, reclinado sobre una máquina expendedora de bebidas gaseosas, peleaba por no perder la conciencia.
Luego de ayudar a un grupo de turistas españoles que se dirigían hacia Disney y no sabían si aún pasaban trenes hacia su destino, me trepé al transporte más próximo y, sin querer queriendo, me entregué a los brazos de Morfeo confiando en el instinto que siempre me ha despertado en trámites similares, perooo... esta vez me abandonó a mi suerte, ya que cuando me dijo: "Oe, causa, se te va el tren", literalmente vi como las letras del panel que reza Saint-Maur-Créteil, la estación en la que me bajo para llegar a casa, pasaban ante mis ojos velozmente... y como en París no hay eso de "Pare, pare, baja, baja, ¡baja!" me tocó descender en la siguiente estación, Le Parc de Saint-Maur, solo para decepcionarme al darme cuenta que ya no iban a pasar más trenes de vuelta. A caminar se ha dicho por zona desconocida a pulso de instinto, sí, el que me había fallado hacía unos instantes, armado de algunas canciones que llegaban a mi cerebro con la ayuda de mi reproductor mp3. Cantando Es por ti, Y puedo vivir del amor, La melodía, Llamado de emergencia, Mi dulce niña, entre otros, llegué sorpresivamente bien a mi humilde morada, sin dar vueltas al azar y gritando los coros como loco calato por las calles indómitas. Allí aún estaba despierto el buen Mariano. 00:53 horas y me quedé conversando con él unos 40 minutos más, conchudísimo, hasta que me dijo: "Tengo sueño, me voy a dormir", y recordé que yo también, que era hora de volver a aquella cama que no había visto en las últimas 48 horas.
Zzzzzzz... buenas noches.
Es por ti - Cómplices
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