martes, 7 de septiembre de 2010

Una mano en la cabeza

La miré. Me miró. Tuve ganas de abrazarla, de decirle que la estimaba de corazón y que tenía el deseo sincero de que volviéramos a ser los de antes, cuando hablábamos sobre música, cursos de colegio y horóscopo. La miré. Me miró. Entonces me sentí extraño, dudoso... limitado, con mucho miedo a demostrarle más afecto que el que podría merecerse. Sin embargo, algo tenía que hacer, algo que paliara un poco mis ganas de estrecharla entre mis brazos, así que en milésimas de segundos, al tiempo en que pensaba todo lo anterior, decidí poner en movimiento mi mano y colocarla sobre su cabeza, luego le di unos golpecitos suaves mientras le sonreía y le dije: "no te preocupes".
Era tarde. No teníamos más remedio que acomodarnos en lo que tuviéramos a la mano para descansar. Puedes usar mi cama. ¿Y tú dónde vas a dormir? Yo me arreglo. Entonces me ofreció dormir a su lado, bajito, como si se tratar de un secreto a guardar, y la rechacé. Por aquél tiempo tenía novia, hoy digo al diablo la fidelidad (bueno, eso solo de la boca hacia afuera). Unas colchas sobre el suelo, un par de cojines y listo, ¿para qué más?
Antes, hace ya como 8 años, me era mucho más sencillo expresar cariño a partir de un contacto físico. Cuando estaba en la universidad lo veía por todos lados. Mis amigas me abrazaban y yo a ellas. Era simple. Luego vinieron algunas malas experiencias y la costumbre fue cambiándose por un acto de reserva a manera de autoprotección. Por si fuera poco, saliendo de San Marcos ya no fue necesario mantener ese tipo de acciones con los nuevos conocidos, supongo que era la cotidianidad la que brindaba la confianza y quizá, por ello, tampoco es que vea actualmente al resto apachurrándose de lo lindo porque las relaciones de la mayoría de personas que me rodean son más profesionales que amicales.
Sin sentirme orgulloso de ello, gané la manía de dar golpecitos sobre la cabeza de quienes estimo, a partir de la experiencia que cuento líneas arriba, y perdí progresivamente mi capacidad para expresar más afecto que ese a la gente que he ido juntando a mi lado, algo que definitivamente tengo que cambiar. Y es que uno nunca debe guardarse nada, jamás.

PD: ¿Sabes qué te cura la pena bien rápidito? Un abrazo de tu mamita. (CB)

El novio del olvido - Andrés Calamaro

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