domingo, 7 de julio de 2013

Pégame tu vicio I (Mario, Contra y hacks peruchos)

Cuando me engancho a un videojuego no hay nada en el mundo que me quite la atención del mismo, salvo, claro está, su finalización decorosa. Es un poco extraño, pero me es imposible definir las razones que me han llevado a desarrollar tal afición, en cambio, lo que si puedo señalar es el momento en que esta empezó y fue cuando tenía cinco años. Culpo de esto a mi señor padre, pues fue él quien me presentó uno de los juegos más populares de todos los tiempos: Mario Bros. Así, bajo su tutela, aprendí a saltar en diagonal, a matar a los "patos" (koopa troopas) y a salvar a la princesa. Fue mágico. Mientras tanto, él se la pasaba de lo lindo con un juego de carros llamado Road Fighter.



Cierta Navidad Papá Noel llegó con un Maxplay y la alegría en mis ojos se tradujo posteriormente en miles de horas de ocio. Con esas, ir al Campo Ferial Polvos Azules, ubicado a la espalda del Palacio de Gobierno (hoy, alameda Chabuca Granda) era mi más grande vacilón, pues miles de cartuchos para el bicho ese aparecían interminablemente colgados en los cientos de estantes del infinito centro comercial. Y un día mi viejita me compró uno amarillo, con la cara de un par de tipos duros en la cubierta: Contra. Y entonces, el acabose, tanto, que incluso solía levantarme a las seis de la mañana para entrar furtivamente a la cocina de mi casa, donde se encontraba uno de los dos televisores que teníamos (el otro estaba en el cuarto de mis padres). Del juego, aprendí a pasarlo completo, desde el inicio, sin trampas, hasta que de un tiempo a otro simplemente lo dejé de lado.



Cuando el Super Nintendo entró al mercado peruano marcó una revolución. Garajes, comedores, jardines y talleres fueron empleados para abarcar la demanda de miles de infantes y adolescentes gustosos de saciar sus apetitos de juego. "Vicio", era la palabra más usada para referirse al lugar donde se podía alquilar desde 15 minutos hasta lo que te diera la gana de tiempo para jugar, y "vicioso" era aquél que alquilaba. No era, sin duda, una actividad bien vista por los adultos, pues supuestamente hacía perder tiempo, desconcentraba y había quien señalaba que era cosa del diablo y que provocaba reacciones malignas en los niños, desde convulsiones hasta malcriadez.
La primera vez que vi un juego de Super Nintendo fue en un vicio que quedaba a una cuadra de mi casa: Street Fighter. Al poco tiempo, nadie me ganaba (menos si elegía a Ken). Me convertí así en el típico jugador a quien todos quieren vencer, el "espeso", al que odian por vicioso y porque -según las reglas- no soltaba el mando nunca al ser imbatible. Mientras ello ocurría en la poca infancia que recuerdo de mi vida y el inicio de mi adolescencia (Top gear, ¡yeah!), en el Perú pasaba algo más grande: las galerías de Wilson se consolidaban como emporios de lo informático y Polvos Azules era trasladado a otro lugar más amigable, luego del gran incendio de 1993. El mundo pirata en el país se extendía y aparecían los primeros hacks "made in Perú" basados en videojuegos. El primero, una actualización del Super Soccer con equipos peruanos, que le dio pase a otro muchísimo más popular y aplaudido: el Soccer Exitante, hack del International Superstar Soccer, que causaba gracia por su presentación, ya que esta incluía la recordada frase de Monchi la Pataclaun: "¡Horrible, oye!". Y, como no, el Descentralizado 1995, hack del Soccer Shootout, que empezaba con el video del famoso puñetazo que le propinó Nunes a Kopriva en un partido entre Universitario y Alianza Lima.

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