jueves, 11 de julio de 2013

La chibola

Una noche del mes de junio del 2010 me la pasé genial siendo un extraño entre extraños. Recuerdo que dos días antes, una chica muy linda, bastante menor que yo, se colocó ante mí y me invitó a su fiesta de cumpleaños. Yo no la conocía nada, así que me pareció interesante la espontaneidad de la situación. Y fui, y la pasé bien, tanto que catalogué ese momento como "mi pequeña previa a París", porque en apenas unas horas toqué un poco del cielo que jamás me había permitido siquiera mirar y porque hice algo que nunca antes había efectuado: me dejé llevar.
Recuerdo que la chica se me acercó en un momento de la reunión y aplaudió mi soltura y no me dejó ir hasta que finalmente bailé un poco con ella. Luego de eso, salimos un par de veces. Debo admitir que la pasaba muy bien a su lado y que me encantaba hacerle bromas por la diferencia de nuestras edades y caminar kilómetros junto a ella solo para dejarla en la puerta de su casa, dulce, y despedirla con un beso en la mejilla prometiéndome ver alguna película de las miles que le recomendaba. Sin embargo, la relación se tornó un poco como el juego del gato y el ratón y ello me desanimó porque sentía -siento- que no estoy para perseguir a nadie, así que lo dejé ir: "solo amigos, eso estará bien... no voy a esforzarme por más".  
Seguimos en contacto, separados por algunos distritos limeños, hasta que años más tarde, como había ocurrido aquél 2010, me invitó nuevamente a una fiesta suya de cumpleaños. Fui radiante, ligeramente decepcionado por algunos desencuentros amorosos intermedios, y la vi tan linda como antaño... y la vi más segura de sí misma... y la vi más madura... y la vi acompañada de un tipo que resultó ser su enamorado y que la apretó fuerte en el momento que nos notó conversando totalmente ajenos al resto de invitados.
Aquella noche terminé en Barranco viendo como ambos se divertían y besaban. Salí del Dragón y mientras me empujaba un sánguche Monstruo me tomé el tiempo de actualizar mi estado en el Facebook: "Una oportunidad perdida", escribí. "La dejé ir", pensé. "Quizá fui demasiado perfeccionista... quizá en su momento debí de haber entrado en su juego un poco".
Me subí a un taxi hecho un perdedor total. Camino a casa vi que alguien había comentado mi lamentable mensaje: "Puede que me haya pasado lo mismo, ¿hablamos?". Eran las tres de la mañana. Después de eso comencé a salir con una mujer de mi edad, de una belleza distinta a la de la chibola, mucho más cauta y difícil de interpretar. Y nuestras citas se prolongaron hasta el día en que supe que se me abrían las puertas de Francia.

Hasta que lo pierde - Jandy Feliz

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