sábado, 13 de abril de 2013

Julio Ramón, la palabra del mudo y yo (o Él es el culpable)

Supongo que la primera vez que leí un cuento de Julio Ramón Ribeyro debe de haber sido en la escuela, probablemente "Los gallinazos sin plumas", pero seguramente, como suele pasar con las cosas que te imponen en el colegio, no le presté atención, pues mi recuerdo respecto a ese hecho es bastante flojo, casi inexistente. De su lectura mi memoria guarda imágenes más claras de mi época preuniversitaria, cuando el acto de leer era mucho más voluntario y, por ello mismo, mucho más rico. Fue un ejemplar prestado de la Colección del Sol Blanco: La palabra del mudo, el tomo IV (de 4), para ser exactos, que al hojear llamó mi atención por el curioso título de uno de sus cuentos: "Solo para fumadores". Puntualmente, la palabra SOLO, como si se tratara de algo exclusivo, algo que únicamente entendería alguien que sabe lo que es encender un cigarrillo, golpear el pucho y, a su vez, disfrutarlo. Y así conocí más íntimamente su obra.
Me encantó su "teoría filosófica y absurda" sobre el por qué de dicho hábito, su prosa, su ingenio, su capacidad para hacer cómplice al lector de sus historias, para engancharlo y presentarle a una serie de personajes sombríos, a menudo tristes, insatisfechos con su destino, y que están al acecho de la mejor oportunidad para reivindicarse con ellos mismos y con la vida, no siempre con la suerte deseada. Debo decir que me sentí identificado con sus relatos y hasta me veía representando a varios de ellos o renegando, por ejemplo, de la muerte absurda de alguno de sus protagonistas, de ser el caso, como en el último texto de aquél libro: "Los otros", parte de sus "Relatos santacrucinos". El más inmerso.
... Del posible crematorio nazi en Polonia, Martha se libró para morir ahogada a los trece años en las miserables aguas de un río miserable de un país miserable.
Y entonces allí estaba yo, cruzando lecturas. Sabato, García Márquez, Kafka, Cortazar, Hemingway, Camus, Bryce Echenique, pero nunca con un vínculo tan estrecho como con Julio Ramón y aquél veintiúnico libro que tenía de él y que al cabo de un tiempo tuve que devolverle a su dueño. Quería más, o al menos tener mi propio ejemplar, pero por aquella época, como ya lo escribi, era estudiante, dependiente 100%, Internet y sus descargas no eran más que sueños en la cabeza de algún genio, y el dinero que me daban mis padres no era para textos literarios, sino para pagarme los estudios. Ahorraba, pues mi idea era comprarme la misma edición del libro, pero los cerca de 60 soles que siempre me pedían en las librerías  por él -o incluso en el Jirón Quilca- tumbaban siempre mis ganas, así que al final, el poco billete que conseguía juntar se iba en mantener un sinfín de conversaciones, muchas veces literarias o filosóficas, con mi hermano y algunos de los amigos que llevaba a casa, acompañadas siempre de una detestable oferta de ron que venía con alguna bebida gaseosa (generalmente Cabo Blanco con Sprite).
En una larga mesa de madera... estaba el bar donde había cerveza para los sedientos, vino chileno para los gourmets, pisco para los borrachos, whisky para los alienados, ron cubano para los contestatarios y chicha para los indigenistas...
No me quejo de ello, ya que la buena relación que hoy tengo con mi hermano se la debo en parte a todas aquellas jornadas en las que, cuba libre en mano, nos entreteníamos citando a Ribeyro, al maestro de Bolívar (no el jabón, el Libertador) o a Erick Fromm, mientras veíamos como nuestros vasos se iban secando, nuestros rostros transformando, y como la conversación degeneraba en Coelho, "esa chica me gusta", "¿cuál? ¿la que no te da bola?", y así sucesivamente hasta que alguien, menos yo, caía rendido ante Baco.  
Pero me consolé pensando que solo tenían derecho a la decadencia quienes habían conocido el esplendor... :D
Hasta que un día, como siempre ocurre en los cuentos... Hasta que un día, ya en la universidad, una amiga me invitó a participar en una feria del libro que iba a realizarse en plena cancha del Estadio de San Marcos. "La feria del libro más grande vista", rezaba el slogan, y la verdad no era gran cosa, pero cómo es de gracioso el destino, que en uno de los puestos desparramados sobre el campo vi brillar no solo aquél tomo IV de La palabra del mudo, sino también a su hermanito menor, el tomo III. Como no me costaba hacerlo, pregunté por el precio del bicho y grande fue mi sorpresa y estupor cuando el vendedor me dijo 15 soles. Era octubre, acaba de cumplir 18 años, y ¡oh! ¡maravilla!, la propina acumulada por mi santo le calzaba a la misión como anillo al dedo. "¿Los dos?", me animé a preguntar, haciéndome el comprador canchero. "Sí", me dijeron. "¿Puede quedar en 14? tu sabes, para mi pasaje...". "Mmm... bueno...". Qué loco. 
Un sombrero de Napoleón, en un museo, ese sombrero guardado en una urna, está más muerto que su propio dueño.
Desde entonces ambos me han acompañado como mugre a francés, tanto así, que estuvieron de cajón en la lista de los libros que iba a traer a París, junto a otros con igual feeling, como mi favoritísimo Del Amor y otros demonios que me regaló mi hermano, un ejemplar de El amor, las mujeres y la vida de Benedetti, y un Juntacadáveres, que viajó de Argentina a mis manos, obsequio del gran Ángel Pilares, a quien extraño como la gran flauta.


Durante esta estancia en Francia, debo señalar, he tenido la oportunidad de leer nuevamente los textos de Ribeyro con un aire fresco, encontrándoles así otros significados a sus líneas y aún mayor identificación, al reconocer entre sus párrafos algunos nombres de calles parisinas, estaciones o lugares que ahora mismo me son accesibles, familiares y hasta cotidianos.
El Citroen siguió al carro de Paradis por bulevares arbolados, sombríos y tomando la orilla del Sena se dirigió hacia Nation. En una calle que daba al bosque de Vincennes se detuvo...
Al terminar "Alienación" (lo mejor de lo mejor, pienso) hace unos días me vi teniendo un déjà vu: "París 1975", leí al final del relato y pensé: "París debe de ser un buen lugar para obtener inspiración". Y de pronto lo supe. Julio Ramón es el culpable. Si bien desde niño siempre aluciné con ver en vivo a la Mona Lisa, no fue hasta que me topé sin querer queriendo ante la obra de Ribeyro que mi sueño por pisar París se consolidó. Y ¡claro! ¡esa era la razón por la que quería escribir lo primero que me viniera a la cabeza sentado frente a la Torre Eiffel! Deseaba buscar la inspiración.
Julio Ramón es el culpable... tanto así que si lo tuviera en frente seguramente le reclamaría: "¿Cuál es tu problema? ¿en qué estabas pensando?"... no, nunca tanto... nadie es responsable de aquellas cosas que a uno le puedan pasar durante su camino, tranquilo o turbulento, hacia aquél punto en el que todos finalmente nos encontramos. Como jugando, la verdad le diría "gracias", como suelo hacerlo con todas las personas que han hecho algo por mí, sea valioso o mínimo. GRACIAS, tan simple. "Gracias", si leíste todo el post, por ejemplo... y si lo que quieres es hacer a un amigo feliz, pues aún no tengo en casa a los sobrinos del tomo IV, los tomos I y II. Ya la imaginación hará el resto.
Era una noche espléndida. Levantando su violín lo encajó contra su mandíbula y empezó a tocar para nadie, en medio del estruendo. Para nadie. Y tuvo la certeza de que nunca lo había hecho mejor.

Heros - The Wallflowers          

2 comentarios:

  1. Gatillo.

    Aún tengo la fotocopia de Solo para fumadores que me regaló Sarita en algún cumpleaños. Qué bueno que te haya gustado el libro. Ya habrá más libros que regalarnos. yo también te extraño como la gran flauta.

    AP

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  2. Nada como un buen libro para volar lejos y regresar al suelo siendo un poco mejor de lo que se era cuando el viaje empezó :)

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