“Qué lindo que existan hombres que aún crean en el amor”, me expresaron al unísono un grupo de amigas hace unos días y, la verdad, pensé que, a diferencia de hace un año, cuando creía que el amor era la base de todo, se me había hecho sumamente complicado soltar el “sí” tras la pregunta de si creía o no en esa suerte de utopía. Lo que vino después fue algo válido: un amigo, que estaba escuchando la conversación, me aconsejó olvidarme de eso, pues no la iba a pasar bien siendo un creyente. “Así solo vas a conseguir que las chicas te digan que eres lindo y que bueno que existan hombres que aún crean en el amor”. Y claro, tenía razón. De un tiempo a esta parte empecé a creer que definitivamente el amor es algo vacío, que el hombre (aquél que vale la pena ser nombrado como tal) nace bueno y que son las mujeres la que al final lo decepcionan y terminan convirtiéndolo en un ser poco sentimental (o viceversa).
Hace un mes una chica que conocí en mi clase de francés me dijo que ella, después de algunas experiencias malas, había empezado a cuestionarlo también, “¿cómo creer en el amor así?”, y curiosamente yo le contesté lo siguiente: “¿Tu has amado? Yo sí, ¿cómo no voy a creer en el amor si yo he sentido que amo a otra persona? Más allá de que la mujer ante la que me abrí me tratara mal puedo estar seguro que eso existe, solo que la próxima vez debo asegurarme de recibir lo mismo, de lo contrario, la voy a pasar peor”.
Esto no tiene que ver nada con los tipos de amor que existen. Cuando alguien pregunta “¿tu crees en el amor?”, se refiere –entiendo yo- a la capacidad de darlo todo por otro y a la esperanza de encontrar a alguien con quien vivir pacíficamente el resto de nuestras vidas.
Una cosa es querer a alguien con nombre, digamos a Marita, porque es Marita, y otra quererla porque abraza, besa, porque tiene dinero o brinda una sensación de protección, pues eso no solo te lo puede dar Marita sino un millón de personas más. Amar es sentir que todo lo anterior solo puede ser alcanzado de la mano de Marita, de nadie más, porque, repito, es Marita, única e irrepetible entre el resto de la humanidad. Es gracioso, pero mis padres siempre discuten por las mismas cosas, una y otra vez, por ejemplo, porque mi viejita se demora mucho tiempo en sentarse a la mesa a la hora del almuerzo. Uno podría creer que eso es malo, pero cuando escucho a mi papá decir que extraña a mi mamá cuando sirve la comida un domingo a las 2 p.m. porque a esas alturas del día le estaría "jalando el hígado", le entiendo, porque es parte de su convivencia, porque Luis G. no viviría algo así con otra persona que no fuera Lidia G.
No es que uno no crea en el amor, porque me imagino que es parte del fin de todos. En todo caso es difícil mantener la fe en encontrar a la media naranja, la supuesta alma gemela, aquél ser capaz de adorarnos por encima de su propia conveniencia de forma incondicional. Y es allí donde llegan los golpes, la desilusión, la pena de estrellarnos una y otra vez contra el mismo muro con diferente apodo. Un día Pilar, al otro María, luego Lucía y Valentina… ¿y cuándo alguien que valga la pena? ¿cuándo alguien capaz de encender una chispa de cariño en el centro de un corazón frío y adolorido? A veces está ahí, solo que el riesgo es tan grande como siempre… entonces se prefiere evitar la fatiga y darle paso a todo aquello que nos pueda procurar sensaciones igual de intensas.
Por quien merece amor - Silvio Rodríguez
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