Tanto he estado hablando de Erick Fromm últimamente que me provocó recordar un poco de que va un libro suyo que si no me equivoco leí cuando tenía 12 años obligado por mi curso de literatura de tercer año de secundaria: El arte de amar, un texto que podría parecer aburrido por la forma en que está escrito, pero que está lleno de cosas interesantes.
Según el psicólogo alemán, el amor es un arte y como tal hay que saber cultivarlo en base a entendimiento, esfuerzo y ejercicio, es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que más queremos y la solución al eterno problema del hombre, quien sufre la necesidad de superar su individualidad, su separatidad.
En el amor hay que considerar el trabajo. Digamos que se ama aquello por lo que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama. Asimismo, existe un segundo elemento ligado al amor, la responsabilidad, en su sentido más voluntario, no impuesto, pues este podría degenerar en dominación y posesividad. De allí la importancia de un tercer componente, el respeto, que no tiene nada que ver con sumisión, sino con la capacidad de ver a una persona tal cual es. ¿Cómo lograr ello? Desde el conocimiento: “Tengo que conocer a la otra persona y a mí mismo objetivamente para poder ver su realidad, o más bien, para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella. Solo conociendo objetivamente a un ser humano puedo entenderlo en su esencia”.
Hay, desde luego, varios tipos de amor en la obra de Fromm. El primero es el amor maternal, que puede simplificarse como amor incondicional, pues la madre representa para el hijo, instintivamente, el hogar natural del que proviene, a diferencia del amor paternal, que es condicional, pero no por ello menos fundamental, sobre todo en los años venideros al nacimiento del retoño: el papá será quien le muestre el camino al mundo a su hijo a partir de su guía y su autoridad, en respuesta, el hijo ganará disciplina, independencia y la habilidad de dominar la vida por sí mismo. De todo esto queda claro, clarísimo, que la base de la salud y de la madurez mental de una persona son fruto del éxito de la relación madre-hijo y padre-hijo.
El amor infantil sigue el principio "amo porque me aman", en tanto el fácilmente quebrantable amor inmaduro sigue el de “te amo porque te necesito”, a diferencia del maduro que es “te necesito porque te amo”, “me aman porque amo”. El amor fraternal es aquél entendido como el amor a todos los seres humanos y empieza a desarrollarse cuando amamos a quienes no “necesitamos” por un fin egoísta. Hay otro tipo, el amor erótico, que tiene que ver con la entrega a una sola persona y que puede ser engañoso, pues puede confundirse con el deseo sexual.
Ser objetivo y racional es parte del camino hacia el dominio del arte de amar. Además, es importante tener fe, no en una persona o una idea necesariamente, sino en las propias capacidades de uno y en otra persona, como demostración de confianza. Esto es tan trascendental que Fromm asegura que solo aquel capaz de tener fe en sí mismo es capaz de ser fiel a los demás. Para lograrlo hay que contar con coraje y una capacidad de arriesgarse que llegue a aceptar (y aguantar) dolor y desilusión. Y es que amar es un acto de fe, significa comprometerse, sin ningún tipo de garantía, y entregarse a la persona amada con la esperanza de producir mucho más amor que el que se brinda en un primer momento.
Personalmente, nunca he creído en eso de las almas gemelas. Es completamente ilógico pensar que en un mundo tan extenso dos personas terminen encontrándose por destino o casualidad. Considero que a partir de las concepciones que uno tiene sobre el amor y la capacidad para entregarnos y racionalizar los actos sin separarlos del corazón (madurez, le llaman), cualquier persona tiene la oportunidad de ligarse a otra y construir juntos su propia identidad, una identidad compartida que supere obstáculos apoyada por el respeto mutuo, el cariño, la convivencia y la importancia que tiene el uno en la vida del otro y viceversa. Solo así dos seres humanos se vuelven uno por los siglos de los siglos… allí simplemente no hay lugar para ningún tipo de egoísmo.
Solo el amor - Silvio Rodríguez
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