Leí en la carátula August and everything after y le pregunté a la dueña del disco si eran buenos. Mi hermana me contestó que sí, “¿acaso nos has escuchado Mr. Jones?”. ¡Ah!, claro, desde luego, Mr. Jones, linda canción. Y me grabé el CD entero en un cassette y me lo llevé al primer viaje al interior del país en bus de mi vida: Huancayo en 1994. Lo escuché en el camino, de noche, contemplando la carretera, los campos apagados por la penumbra, los pueblitos que se aproximaban con sus luces, que a lo lejos parecían estrellas sobre un manto negro. Rain king fue la primera canción que me llamó la atención, luego Omaha y Round here. De regreso, la pasé mucho mejor, me relajó y me llenó de alegría… ni siquiera entendía de qué trataban las canciones, pero, como las mejores cosas del mundo, las sentía y eso bastaba.
Raining in Baltimore me llevaba –me lleva- hacia la nostalgia y Sullivan street se convirtió en mi canción favorita de un álbum que hasta el día de hoy me parece una maravilla.
La costumbre –siempre la costumbre- convirtió el mejor disco de Counting Crows en mi compañero favorito de viaje. Desde entonces, cada vez que tengo que salir de la capital, cada vez que subo a uno de esos vehículos tan satanizados tengo necesariamente que escuchar Perfect blue buildings, A murder of one o Anna begins.
El otro hábito que tengo respecto al August and everything after es el de oírlo –como la mayoría de la música que a mi entender vale la pena- en la más completa oscuridad, pues una vez apagado el sentido de la vista, el del oído se potencia y lo que se escucha va a mil sensaciones por segundo y eso me vale en demasía.
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