A la cucharita con la que me peleé al tomar la sopa.
Los corazones sufren cuando no se les escucha. Lloran porque no entienden cómo podemos razonar sus desgracias o cómo podemos traicionarlos. No aprueban las rupturas tontas, las negativas nada sinceras, las oportunidades desperdiciadas, pero, sobre todo, hacen marchas en contra del orgullo porque este no hace más que volverlos viejos, fríos, impotentes... y al final del desamor terminan frustrados. Ellos están despiertos todo el tiempo, evolucionando con cada cambio de estado... creciendo, endureciéndose si la pena es grandiosa o cual gelatina cuando se enamoran.
Los corazones son regalos perfectos que damos rato en rato sin chistar, arriesgándonos a perderlos completamente... y se ponen reflexivos, muchas veces tercos y soberbios... Ay, corazón muerto, de rencor, de soledad, de poca fe; a menudo sale con el vino para olvidar, para hacerse el reto de regresar a la vida, esta vez más guerrero y mucho más despierto o calculador. Le dicen maldita la persona que te hizo daño, y añaden, aquella que no entendía el poder que tuvo entre sus manos, entre su pecho, y el calor que generaba todo ese amor desperdiciado sin sentido, durante tanto tiempo.
Es un hecho: mi corazón está herido, con un yeso y una vendita de color... gracias al cielo hubo quien lo recogió en la carretera y le dio agüita y su buena dosis de alcohol. Estuvo en cama por tres meses. Apenas vuelve a caminar, pero cómo es el curioso sueño y empeño, ya que ahora, medio cojo, medio ciego... aún quiere volver a amar.
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