martes, 20 de noviembre de 2012

Bitácora de un gato en París: Mi nuevo barrio

Llegar a París fue difícil: Los papeleos, la coordinación, las despedidas. Una vez aquí, los primeros días fueron espectaculares, yendo y viniendo de un lado a otro de la ciudad, visitando los lugares más emblemáticos (los que se podían ver sin pagar mucho) o aprendiendo a utilizar el metro. Al pasar las primeras páginas del viaje, lo que quedaba era ponerme al tanto de la universidad que me iba a acoger (esto ya lo dejaré para otra entrada) y, en especial, encontrar un lugar en donde vivir, pues hasta entonces estaba quedándome en casa de unos amigos de mi hermana.
Si llegar a París fue difícil, conseguir una casa en París fue aterrador, una tarea digna de un capítulo de Misión imposible. Incluso ahora mismo no sé muy bien como funciona este asunto, pero cuando tuve que enfrentármele, lo primero que hice fue revisar cuanta página en Internet tuviera a la mano. Esto ya lo había hecho en Lima, pero in situ podría ir a visitar cada lugar y así tener un contacto directo con la fuente. Sin embargo, al cabo de unos días, nadie contestaba mis correos o llamadas, o todo estaba copado o, simplemente, no entendía lo que me decían por teléfono debido a mi poco practicado francés. Por si fuera poco, me estrellé ante una oferta de locaciones y colocaciones (esto es, como decir, "busco roomate") cuyo precio se disparaba por los cielos.
Fue un alivio recibir un correo de Igor, un compatriota que conocí en Lima a través de Campus France, contándome que se encontraba ya en París y que tenía la intención de compartir un ambiente conmigo. Excelente. Así que apenas nos juntamos, fuimos de casa en casa, de depa en depa, de cuarto en cuarto, de arrondissement en arrondissement, yendo y viniendo, esta vez, no en plan turismo, sino en una carrera desesperada en contra del tiempo: Igor se alojaba en un hotel, por lo que cada día gastaba mucho dinero. Yo, en cambio, tenía que dejar lo más pronto posible el lugar en donde me estaba alojando porque nunca me ha gustado incomodar o pecar de fresco.
Entonces, porque iban a llegar unos familiares de visita, los amigos de mi hermana me dijeron que no podían seguirme teniendo en su hogar. Fue duro. Sentí que me quedaba sin opciones. Aquél día, Igor y yo fuimos a ver un departamento en París 12. Todo parecía muy correcto hasta que entramos a él con la casera y vimos que no tenía un solo mueble dentro. Al salir, intenté ponerme en contacto con otro arrendador, pero solo escuché por el auricular de un teléfono público su voz a través del contestador automático. Grité, renegué con ajos y cebollas -recuerdo- aprovechando la limitada acústica de la cabina en la que me encontraba, y casi lloro de frustración. En tanto, en mi cabeza, la voz de una pequeña niña, hija de los amigos de mi hermana, retumbaba como disparo de cañón: "Ojalá y nunca te vayas", me había dicho 24 horas antes, poco después de leerle un cuento, y antes de dejarla dormida sobre su cama.
En el colmo de nuestra desesperación, pensamos que podíamos alquilar, aunque sea de forma provisional, cualquier lugar sin amoblar y meternos allí para, al menos, tener un techo que nos soporte.
Olvidándome de todos mis problemas, decidí entonces caminar a un lado del Senna y así disfrutar por un momento de París, la París a la que había deseado tanto llegar, así que, crêpe en mano, paseé por los alrededores de Saint Michel. Al cabo de unos minutos, mientras pensaba en todo lo que había dejado atrás para llegar a Francia y lo importante que hubiera sido en ese momento contar con gente de confianza, recibí una de las primeras muestras de fraternidad que he tenido en este país extraño: una francesa-colombiana que había conocido algunos días antes me llamó para saber cómo estaba. Fue lindo y preciso. Al día siguiente, a Igor y a mí se nos uniría un tercer peruano: Mariano, y poco más de 48 horas después, firmábamos un contrato para vivir en un departamento en Saint-Maur-des-Fossés (que sería para París algo así como Chaclacayo para Lima): 30 metros cuadrados de alegría y esperanza, con baño, cocina... todo equipado. Y así nos instalamos.

Burning down the house -  Talking Heads

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