Esta vez Dios no me hizo el milagro. Esta vez no ocurrió como en el 98, cuando le pedí por mi ella y me la colocó cerca, sonriente. Esta vez le imploré por permitirme cruzarme con la única persona capaz de sacarme de la incertidumbre en la que me encuentro... y no me hizo caso.
Minutos antes me había topado con otra chica, una a la que tampoco veía hace por lo menos cuatro años. Me saludó, me dijo gracias por acercármele y preguntarle como estaba, pero nada más. Mientras ello ocurría, pensaba en lo que me había dicho un pata hace unos días y que es casi lo mismo a la frase de "solo se saca la lotería aquél que antes se ha comprado el billete": "Te le puedes mandar a unas mil chicas, pero más allá de que te den bola o no, tienes más oportunidades de estar con alguna que si te quedas callado". Quise ser pendejo. Deseé ser pendejo, pero no pude. Le hablé un instante, me di cuenta que si bien le había sorprendido mi presencia, no tenía la más mínima intención de seguirme la conversa.
Caminé un rato por Miraflores y recordé a la mujer de la que hablé al inicio de este relato, pasé por donde alguna vez tuvimos nuestra primera y única cita. Me acordé que aquél día estaba lloviendo y que me enseñó que comer helado bajo esas circunstancias es más rico. Pasé por donde vivía antes y se me vino a la cabeza que justamente en la puerta de su casa ella me había pedido salir aquél sábado. Yo temía que ella se diera cuenta que la adoraba. Ella simplemente quería pasar un buen rato.
¿Y si fuera ella? - Alejandro Sanz
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