lunes, 4 de febrero de 2013

De la ausencia y de ti (o una experiencia religiosa)

Las ideas son balas hoy día y no puedo usar flores por ti ♫



Un amigo parisino me invitó a pasar una mañana en una casa de retiro budista. Yo, feliz, porque me prometió comida, una aproximación a algo distinto y conocer a una chica linda. Así que fuimos y, la verdad, me gustó la experiencia, sobre todo, cuando antes de comer la guía dijo que olvidáramos todo, el futuro, el pasado, y nos concentráramos en lo que estábamos haciendo en ese instante... en comer... en disfrutar de ese momento nuestro, con ganas, con el corazón y todos nuestros sentidos. Instantes antes, habíamos regresado de una caminata que también me había dejado un buen sabor de boca, o de pies, para ser exactos. La idea era no marcar los pasos, darlos lentamente y reflexionar lo que nos viniera en gana apoyándonos en la naturaleza, que por esos lares era preciosa... el río, los animales (había un ciervo que me guiñaba el ojo de ternura), los sonidos calmos... y entonces, el ejercicio surtió efecto... y pensé en lo mucho que me gustaba caminar y lo poco que lo había hecho en los últimos años... y busqué en el pasado y me encontré en dos momentos distintos: el primero, cuando redescubrí lo grandioso que era sentarme tranquilamente al lado de alguien a quien quería, en silencio, en mitad de un ambiente bucólico, gracias a una ex media loca, de la cual precisamente eso me gustaba de ella: la facilidad con la que se escapaba del mundo. El segundo, cuando de adolescente me perdía en Los Olivos, con un cigarrillo en la mano, y lateaba sin parar hasta que, por esas cosas que tiene la suerte, terminaba siempre en la puerta de la casa de algún buen pata.
Y fui adelante en el tiempo, y me vi recostado sobre el césped del Bosque de Letras sanmarquino, al lado de una de las mujeres a las que más he querido en mi vida. Por entonces no tenía trabajo y, por ende, nada de dinero. Por entonces estábamos ambos en la universidad y muchas veces, como no teníamos para el cine, para comer en un restaurante o ir a un telo, nos limitábamos a pasar el rato en el campus de San Marcos, sobre el verde, conversando, escuchando música o durmiendo uno al lado del otro... si hacía frío, yo me sacaba la casaca y la usábamos de colcha. Aunque no era suficiente para cubrirnos, eso bastaba, porque el calor nos lo dábamos en caricias y besos... de eso, el pasado, y me pregunté, después de ver lo desastroso que fue nuestro futuro, ¿qué habría sido de esa chica para la que eso era más que suficiente para ser feliz? Y la respuesta: lamentablemente, uno siempre quiere más y más... cuando la felicidad está en lo simple.
Somos un acantilado, sin vista al mar. Una esperanza, sin tiempo de alcance. Una María, sin Jesús ni José. Somos dos raros, bizarros, extraños, sin conocidos intermedios; un solsticio, de primavera u otoño. Flores, sin entierros. Cenizas, sin previo fuego. Somos lo que callamos... y lo que decimos, no importa... no importa más. 
Siempre hay que pensar en lo básico, en lo que somos y nos gusta. Disfrutar el hoy si es una comida, un abrazo o una sonrisa... y no olvidarnos nunca que se puede encontrar la dicha con poco y que eso vale más que un diamante.
Al final, mi amigo quedó contento y yo sumé a mi lista de amistades a una chica linda, como me lo prometió, un almuerzo vegetariano, de verdad, y una experiencia del tercer tipo.

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