jueves, 6 de mayo de 2010

Magokoro wo kimi ni

Fue un día en el que no hacía ni frío ni calor. Ella me mandó a la mierda por acercármele y preguntarle qué era lo que tenía. Cuando la vi de pie en la puerta de la Facultad le increpé por lo irracional de su actitud y le dije que podía contar conmigo siempre que tuviera algún problema. De pronto sus ojos empezaron a ponerse cristalinos. Lloró. Y entonces me miró y me dijo que tenía miedo de perderme, que a diferencia de ella, yo había hecho muchas cosas buenas a su favor, pero que tarde o temprano me iba a distanciar y que se estaba preparando para eso. Yo le contesté que no, que había prometido nunca abandonarla y que se equivocaba, porque sí, definitivamente sí me había ayudado, como no tenía idea… Luego corrió, y al día siguiente me pidió perdón y me dijo que yo era un tipo especial que seguramente iba a tener a su lado a la mejor mujer del mundo, porque me la merecía.
Años más tarde, y tras haberme convertido -pienso yo- en su apoyo incondicional durante un tiempo bastante generoso, me dejó en medio de la toma de una decisión trascendental. Le pedí encontrarnos para hablar porque tenía algo muy importante que contarle, y me dribleó a lo Messi. Le llamé, y nada. No me quedó otra más que escribirle por messenger cuando una vez la vi conectada y no me hizo caso. Le hice saber que estaba muy molesto con su actitud y que ahora que le explicaba todo no iba a tener el mismo valor, pues “no es lo mismo recibir una rosa de alguien sorpresivamente a recibirla de alguien a quien se la has pedido”. Fue ese la última frase que le solté… y bueno, desapareció de mi vida sin dejar rastro.
Un mes antes de ese día tan funesto la había visto por última vez. “Tú necesitas un tipo que te siga. Un tipo que te conteste ‘vamos’ si es que le dices que tienes ganas de viajar a China. Tú necesitas a alguien que tenga la capacidad de entenderte y seguirte”. Tuvimos una conversación de aquellas que uno nunca olvida por la intensidad de los sentimientos dejados sobre la mesa. Entonces, en medio de la misma, mi enamorada por aquél tiempo llegó y prácticamente nos obligó a despedirnos. Dos días después, me la encontré en el patio de Letras, contesté mi celular un instante y no la vi nunca más.
Innumerables correos, felicitaciones por cada cumpleaños que sorteaba, saludos navideños… no me resignaba a perderle el rastro más allá de mi molestia. Un día, el 2008, me mandó una invitación por el Facebook, y lejos de querer contactarme, me dio la impresión que solo me había agregado a sus contactos para convertirme en una estadística más entre sus patas.
“Ella no valía la pena”, me decía mi enamorada cuando me veía desvalido por el recuerdo. “Ya no te hagas problemas, ella no se lo merece. Hay personas que son así, que no valoran lo que los demás hacen por ellas, así que nada vas a ganar poniéndote mal”. Meses después se convertiría en mi ex y, paradójicamente, me dejaría en las mismas condiciones que la mujer a la que me había exigido olvidar "por mala gente".
Me imagino que es como un círculo o que son cosas que pasan porque sí. Hay algo que tengo claro: la mayoría de personas quieren a aquellas a las que tienen alrededor y, por obvias razones, se encariñan sobremanera con ellas, porque están allí. Los que ya no están cerca, simplemente no importan más, pasan a formar parte de una red infinita de fantasmas, de muertos en la conciencia de aquellos que los recuerdan, sí, pero solo de a ratos, como cuando uno piensa en un compañero que tuvo cuando estaba en el jardín de infantes (lejanísimo). Creo que una gran masa solo piensa en sí misma y no es capaz de ver más allá de su egoísmo, lo cual, en cierta forma, es justo. Y los que quedamos con el corazón desquebrajado por el altruismo nos conformamos y seguimos peleando pensando en que algún día alguien recogerá sus pedazos y los cuidará sin ningún tipo de interés... solo por amor.

Todo tiene su final - Héctor Lavoe

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