Mi primera vista de París fue a través de la ventana de un avión. Fue magnífico: llegué golpe de las nueve de la mañana de un 12 de setiembre del 2012. Hacía sol aquél día y en lo alto parecía que podía agarrar el astro con mis manos. De pronto, vi como la ciudad aparecía ante mis ojos y dije: "gracias". Y lo que mis ojos hicieron, como si tuvieran voluntad propia, fue buscar el pico más alto... y lo que ubicaron fue la Torre Eiffel: "Ya estaré, en breve, escribiendo algo a sus pies", aluciné mientras limpiaba algunas lágrimas. Era más fuerte que yo, definitivamente.
Lo que vino luego fue un largo paseo por París teniendo como guía a mi hermana, Claudia, hasta que, en un momento, me preguntó si quería ver la torre. "Desde luego", y una vez llegamos, volví a emocionarme, como si estuviera soñando despierto, y quedé perplejo ante lo imponente de su tamaño. "¿Subimos?". NO. Debo admitir que me dio miedo, del que limita, porque, por si no lo mencioné antes, le tengo terror a las alturas, y ya desde el suelo, viendo hacia arriba, el vértigo insano me mataba las ganas de trepar y ver la ciudad desde lo alto. "Bueno, tienes un año, por lo menos, para animarte a subir". Ok. Ni loco.
Desde niño siempre soñé con ver la Torre Eiffel y a la Mona Lisa. No lo sabía, pero la torre parisina es el monumento más visitado del mundo, tampoco que hay dos formas de subirla: a pie y con ascensor, aunque de la primera manera solo se tiene acceso hasta la segunda planta (son tres en total). Hasta ahí todo bien.
Ya cuando adulto, se convirtió en el símbolo de mi sueño de viajar a Europa, de allí que haya sido tan importante poder haber llegado hasta ella y que, incluso, mi lugar favorito en París tenga una vista privilegiada de todo su alto, pues verla me recuerda lo duro que es pelear por un sueño y lo genial que es poder hacerlo realidad.
Pero tenía que animarme a ascender... y, como dicen: "a mal paso darle prisa" (bueno, nunca tanto), así que aprovechando la llegada de una amiga de mi hermano, Pilar, a esta ciudad y sus ganas de trepar por el gigante de hierro, finalmente subí. En total, fueron mil 665 escalones, según tengo entendido, los que superamos para llegar hasta la segunda planta, un recorrido sumamente emocionante -y altamente recomendable- si lo que se quiere es hacer turismo, ver en todo su esplendor a la Ciudad de la Luz y, de paso, como yo, desafiar a la acrofobia. Ya otro día me tocará llegar hasta el último piso. Ok. De todas maneras.
Paris Tour Eiffel - Jacques Helian
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario