"Para olvidar, las mujeres odian, se encargan de recordar las cosas malas, sepultan al tipo con el que estuvieron", me dijo hace unos instantes uno de mis roomates, como la conclusión lógica de una conversación iniciada a partir de una de mis observaciones, no sé si la más acertada: las mujeres latinas, por lo general, terminan enganchándose en Europa con un local, no porque quieran al sujeto, sino -aparentemente- por la seguridad que este les pueda brindar. Y Mariano comenta; "Y viven una vida en la que todos los días son iguales", y yo añado: "Descontentas, porque su novio es frío, porque no las llena, porque tiene una forma diferente de ver el mundo, frustradas porque confunden agradecimiento con amor verdadero". Pero esto no es solo algo que pase con las chicas que viajan, pues pasa en todos lados, entre paisanos y entre extranjeros, en el país de origen o fuera de casa. Es, como lo escribí antes, el amor inmaduro -que define Fromm, "te quiero porque te necesito"- o, de alguna forma, la necesidad de beber agua en medio del desierto.
Honestamente no creo en el matrimonio. Lo que yo creo es que dos personas pueden ser eternamente felices si es que se comprometen el uno con el otro, y para eso no es necesario casarse... que el matrimonio pueda ser una especie de ritual que confirme ese vínculo, bacán, pero no es garantía de felicidad eterna, por el contrario, mucha gente lo utiliza de excusa para mantenerse amarrado a un tipo o tipa, así ello no les llene de alegría, como una especie de aceptación de lo malo, como si fuera una condena a cumplir o un contrato firmado con sangre.
Recuerdo con singular atención una de mis últimas conversaciones con una de mis mejores amigas, Johanna, en la que me comentaba lo bien que se sentía respecto a no encontrarse casada con cualquier hombre, solo por el hecho de tener que hacerlo para callar los gritos externos. "Porque si lo vas a hacer tienes que asegurarte de que el pata sea EL pata", algo así. Entonces, mientras tanto, a disfrutar la vida hasta que llegue el indicado, aquél que mueva el piso y valga la pena, aquél que nos quiera por lo que somos y no por el contexto que le ofrecemos, que me quiera -digo- porque uno es Diego Grimaldo y no Diego Ramírez, o Diego De las Casas o Brad Pitt, porque uno es único e irrepetible, con sus defectos y virtudes.
Alguna vez, ¡cómo no!, estuve brutalmente enganchado a una mujer que malinterpretó y pensó que le estaba, como decimos los peruanos, "marcando" y que mi deseo era que no saliera con nadie más que conmigo, dejando a sus amigos de lado, algo que no era para nada correcto. "Tú no estás casado conmigo", me increpó bobamente. "¿Y si lo estuviéramos? ¿tendría el derecho de prohibirte cosas?", le pregunté extrañado. "Sí", contestó. Vaya, vaya... para ser franco, dudo que algo así pueda ser beneficioso en una relación: el poder de limitar a alguien a partir de un papel, pues nadie debería tener ese derecho. "Si yo te pidiera algo así, deberías terminar conmigo, porque eso implicaría que soy un idiota, ya sea que estuviéramos casados o no, y nadie debería querer construir su vida junto a un idiota".
Hace un tiempo tuve un diálogo, de esos que sorprenden, con una persona que había hecho su vida fuera de su país de origen y que estaba casada con alguien de la nación que le acogió. Recuerdo que, entre lágrimas, me contaba que había visto días atrás al ex que consideraba como el gran amor de su vida... y yo me pregunto... ¿si es así, por qué está con otro tipo? "Los hijos, la vida... las responsabilidades... una se siente sola... uno extraña abrazar". Bueno, lo ideal es buscar ser feliz siempre... de lo contrario, se corre el riesgo de andar, día tras día, como un zombie, sin pensar, solamente funcionando, cual robot, y está claro que no somos máquinas, porque lo peor es ponernos excusas para no ser felices: "los hijos, la vida... las responsabilidades". Hay que arreglarlo, de alguna forma, porque, finalmente, eso de la frustración se transmite al igual que la alegría.
"Es curioso que esta persona haya esperado cerca de diez años para darse, al menos, la oportunidad de hablar con 'el gran amor de su vida'", le comenté en principio a Mariano. "Para olvidar, las mujeres odian, se encargan de recordar las cosas malas, sepultan al tipo con el que estuvieron, así tengan que transformar todo lo que pasaron juntos, destrozar la realidad", me explicó, y creo que funciona también con algunos hombres, eh. Y luego de un tiempo, cuando miran atrás y se dan cuenta de lo que perdieron por no intentar, por aferrarse al sentimiento de negación, cuando ven que el polvo levantado durante años de caminata se ha asentado, se estrellan contra mil y un cosas: "los hijos, la vida... las responsabilidades... ¡el matrimonio!". De pronto, ya no creen en el amor (si es que en algún momento creían que creían en él), sino en lo más conveniente, pero una cosa es vivir y otra resignarse a un destino que tranquilamente puede ser cambiado con algo de resolución.
La seguridad no la da un papel, sino la experiencia y la confianza ganada a punta de sacrificio y de amor; y la felicidad no es poder verse rodeado de un millón de cosas materiales super chéveres o que el mundo entero crea que se está dentro de una relación perfecta. La felicidad está llena de alegría, no de sumisión y frialdad.
PD: No creo en el matrimonio, pero no dejaría de casarme con alguien que sí crea en él y que, previamente, me haya demostrado compromiso, ¡chan!
A pedir su mano - Juan Luis Guerra
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