Jugar al gato y al ratón nunca me ha gustado. A mí me agradan las cosas claras, las personas que son capaces de decir lo que piensan de frente, más allá de la respuesta, las personas que tienen el valor de pedir disculpas sin excusas. Eso he pensado siempre, pero, por esas cosas de la vida, a menudo -como todos, creo- me la he pasado detrás de gente indecisa, por ejemplo, o gente que no sabe lo que quiere, o gente que miente para quedar bien. Después de algunos años de golpes y sonrisas, ahora mismo pienso que he aprendido a no aguantar nada que me haga mal o me genere algún tipo de estrés. Hace unos meses estuve saliendo con una chica seis años menor que yo. Al comienzo todo fue bueno, pero en el momento en que empezó a ponerse engreída y mostrar poco interés para hacerse la interesante, dije: “hasta acá nomas, no estoy para jugar al gato y al ratón”. Luego conocí a otra que cargaba con algunos problemas. No era mi amiga, no la conocía muy bien, no se iba a morir si me tenía a su lado o no, entonces dije: “si me busca como pata, bacán, pero más allá de eso, nada, no estoy para volver a ser el salvador de nadie”. Está claro que no hay nadie mejor que uno para decidir con quién andar y para saber quién puede acomodarse mejor a nuestra personalidad si lo que buscamos es una relación que valga la pena, pues para todo lo demás existe la indiferencia. Es fácil pensar así. Es razonable, pero ¡a ver! ¿quién está en la capacidad de obrar siempre con la mente clara y los sentimientos afuera?
Promesas sobre el bidet - Charly García
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario