Bueno, nunca tanto...
AVISO de servicio público: esto es más mío que nunca.
Hubo un tiempo en que todos éramos inocentes, en que ser amigo de alguien significaba únicamente correr a su lado, sonreir, pasarla bien. Cuando niño, uno aprende jugando, oliendo, saborenado, riéndo y llorando... cuando crecemos es la misma cosa, solo que hay una carga más pesada, algo que, honestamente, ahora mismo no estoy en condiciones de racionalizar... cuando se es joven y se quiere a alguien no hay tantas heridas, porque en el recuerdo solo hay una persona y eso es todo... pero pasan los años, las cicatrices acumuladas, la gente perdida, y uno se guarda dentro de una fortaleza... se aprende, quizás ya de otra forma, y las relaciones adquieren un sentido menos altruista o sincero, se condicionan: "te quiero porque te necesito", en su mayoría, y pocos se dan cuenta de ello, porque es más fácil vivir sobre una mentira piadosa.
Si escribo esto es porque una amiga me pidió hacerlo, porque a veces es mejor agarrar una emoción fresca, darle con palo, y luego de un tiempo, con la tranquilidad de bandera, pues analizar lo ocurrido para decirte qué idiota fui, realmente tuve la razón, o lo que fuera...
Y vamos...
Cuando la chica del helado y yo estábamos "peleados", me deprimía. Me la pasaba pensando por qué era que una relación tan estrecha y fuerte se había convertido en nada, y cuando nos volvimos a acercar, luego de más de cinco años, y conseguimos volver a tener una buena amistad, pues sentí con ganas que había recuperado parte de mi corazón, como si se lo hubiera dejado en consignación. Voilà un final feliz, aunque costara mucho, mucho, haaartos meses alcanzarlo.
No me gusta estar peleado con alguien. Lo detesto. Por ello, cuando sé que he cometido una falta, hago lo posible por arreglar el problema, así me manden al carajo una u otra vez, pero al revés no siempre funciona. Aunque le pueda decir a la persona que me defraudó o al mundo que no quiero saber nada de ella, en el fondo me muero de ganas de que, a pesar de mi supuesta postura indomable, se las ingenie para llegar hasta mí. Pienso: si la regó, que recupere mi confianza. Si es importante para ella, pues lo hará a pesar de mi cara de poto... y si lo hace, si se acerca con una disculpa sincera, no queda otra que decirle "bienvenida a casa". Esto lo deberían saber quienes de verdad me conocen: que es sencillo, muy sencillo, "jugar" conmigo. Pero, ¿qué pasa si esa persona no se acerca nunca y, por el contrario, se aleja cada vez más hasta convertirse en un fantasma? Simple: nunca tomó la relación como algo por lo que valiera la pena pelear, y que se vaya a la puta madre, ¿no?
Hoy desperté con el humor bastante bajo y como mandado a hacer, vi más tarde una foto de una ex, relativamente reciente, que representaba la alegría que tuvo durante su última visita a Lima. Estaba al lado de uno de mis mejores amigos... eso me llegó a la punta del huevo derecho (por el contexto, más que por el mero hecho), pero no tanto como ver que al otro costado se encontraba una tipa, una que a mi ex y a mi, cuando aún éramos novios, nos había clavado un puñal por la espalda, digámoslo así. Por cuestiones de orgullo, honor y cuidado, convenimos entonces en no volver a confiar en ella... y entonces, como por una suerte de revancha, ahí estaba ahora, multicolor, cagándose de risa en mitad de una discoteca limeña, abrazándose al cuello de una persona a la que quise como a mí mismo y que hoy en día es Gasparín.
Me dio cólera y luego pena cuando comparé la situación con lo vivido junto a la chica del helado, pero lo que más me palteó fue verme llorando sin saber a ciencia cierta por qué era que las lágrimas mojaban mi rostro. Era como si mi cuerpo supiera algo que mi cabeza no entendía, pues racionalmente repetía: "Aquellas personas que te han hecho daño no merecen estar más a tu lado". Claro está, pero igual jode. Y ahora, que ya mandé todo a la porra, gracias al poder exfoliante de la escritura y al saber que mañana voy a pisar Manchester y a olvidarme por un tiempo de que existe París, recuerdo sonriente una frase: "Ninguna de nosotras merece tus lágrimas". Me la dijeron en una fiesta hace 15 años. Yo estaba medio transtornado, porque la chica que me gustaba estaba bailando con otro, y pensaba que era mejor regresar a mi casa. De pronto, la hermana del anfitrión se me acercó y me preguntó si me sentía bien. Le dije "no", y como si supiera la fuente de ese mal genio, añadió: "Ninguna de nosotras merece tus lágrimas, recuérdalo. Tu eres un buen chico y te mereces lo mejor del mundo". La historia de mi vida...
Hallazgo de las piedras - Silvio Rodríguez
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